Archive for febrero 2011

Defensa mínima del individuo

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Callar es cómodo. Lo sé por propia experiencia. Constructor y creyente como soy, de los mundos privados más que de los colectivos, he tratado de convencerme siempre, con escaso éxito, hay que decirlo, de que los atentados contra la libertad de los otros no afectará, después de todo, ese ámbito exclusivo en el que, aunque a duras penas, puedo reinar como en la más absoluta de las tiranías. Es claro que en el fondo todos coincidimos, y hablo por muchos de manera intencional, en que la verdadera, la primitiva y la más importante de las libertades es la individual.Es un acierto que en la constitución el primer capítulo trate de las garantías individuales, antes que las colectivas.
"He sufrido, he sido vejado y encarcelado, pero nunca han doblegado mi espíritu", es, palabras más o palabras menos, un argumento que he encontrado repetido decenas de veces. "Soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma", dice en bellas palabras el poeta Henley. Ejercer esa libertad es privilegio de cada persona y es obligación del estado, manifiesta en el contrato social, garantizar las condiciones, y sólo las condiciones, para que los miembros de la comunidad puedan hacerlo sin cortapisas. Por esta razón he sido un invariable defensor, dentro de los estrechos límites de mi influencia, de los derechos en asuntos de alcoba de los homosexuales, lesbianas, travestis, y demás miembros del continuo abanico de variantes, filias y fobias en el que estamos todos y que enriquece a la humanidad. He defendido también el derecho a dejar de vivir (vivir o no vivir, ese es el problema fundamental de la filosofía, según Camus) o a vivir en las condiciones más adecuadas a los fines e intereses personales. Me he opuesto a la satanización de productores, vendedores, consumidores y todos aquellos que, para fortuna o desgracia, han decidido que sus vidas giren alrededor de las drogas ilegales. Enhorabuena por tomar una decisión a pesar de cargar con un estigma. Me he opuesto a la mentira y a la bandera de dejar pasar, dejar hacer, que enarbolan en su  avance implacable hacia la desindividualizacion los heraldos de Dios en la tierra con tal de recibir en el cielo una estimulante recompensa. He defendido, en fin, todo lo que he considerado sano para la exaltación del individuo, y nada más.
Pero debo hacer un mea culpa por todo lo que he dejado de hacer. En la lucha interminable por alcanzar la libertad individual, los peligros y las trabas no vienen del interior sino del exterior. En particular de las colectividades. No estoy revelando nada nuevo si digo que la sociedad que nos protege y nos hace distintos de los miembros de las hordas y tribus también es la que nos empuja cada vez con más fuerza hacia lo que en el siglo XX se bautizó como el hombre-masa. El hombre que, como la hormiga en la marabunta o la abeja en la colmena, sólo existe en la medida en que sirve a los demás. Servir, sacrificarse, aceptar el mal menor (individual) a cambio de un beneficio global (colectivo) es la idea que nos venden los tiranos y autócratas de todas las tallas y de todos los tiempos. Desde el sacerdote que reclama almas y limosnas en nombre de Dios hasta el militar que pide y sacrifica vidas como cualquier cosa; los jefes, como representantes sumos de la comunidad, son los principales enemigos de la libertad individual. Resulta paradójico que, llevando las ideas avanzadas y garantes de los derechos del hombre producto de la Revolución Francesa, Napoleón haya sido uno de los mas grandes enemigos de la vida. (Un millón de hombres no son nada para mí, señor Metternich) Triste figura la del soldado, el más desindividualizado de los hombres, miembro de un cuerpo, tornillo prescindible de un engranaje que atenta justamente contra aquello que pretende defender: la paz, la familia, la vida, la cultura. El soldado que se ofende y conmueve hasta las lágrimas cuando ve en el suelo, mancillado y a punto de caer en manos del enemigo, el estandarte que representa a su nación, a su ejercito, a su batallón; y que sin embargo dispara con indiferencia, cuando no con franco placer, contra niños, ancianos, mujeres. Como surgido de una utopía orwelliana, el soldado no tiene atributos, no piensa, no siente, no teme; sólo recibe y ejecuta órdenes. Cuando el jefe de la colectividad envía soldados a reprimir está usando un arma más terrible de lo que puede llegar a ser cualquier robot en las modernas películas de ciencia ficción: está usando a un humano desindividualizado.
El sacrificio es comprado por muchos, pero no por todos. Cuando no es evidente que algo nos afecta, entonces el poder al frente de la masa no pide coperación ni sacrificio, en esos casos se conforma con la neutralidad. Si no te afecta, parece ser la consigna, entonces no preguntes, no pienses y no actúes. Tú permanecerás indemne. Pero la neutralidad es peligrosa. Maquiavelo, un hombre que por pragmático en exceso ha sido catalogado por lo menos de cínico ("maquiavélico" es casi un insulto el día de hoy) y Nietzsche, nos han advertido acerca de los peligros de ser neutral. Cuando se nos pide neutralidad porque las reformas, los cambios, las adecuaciones no serán aplicables a nosotros, entonces, por lo menos se nos etiqueta de memos. Estamos degradando al hombre y dándole más poder a la comunidad.
Pero el arma favorita del represor, del poder al frente de la masa, es la exaltación de las anafilaxias internas que viven disfrazadas, como reminiscencias de nuestro pasado tribal, esperando a ser despertadas. En la más grande de las perversidades, el represor activa el percutor que hace saltar en la masa el odio escondido contra el individuo. Así se entiende que, por poner un caso aleatorio como ejemplo, casi todas las personas invariablemente coinciden en negar el derecho a la adopción a parejas homosexuales con pretextos basados en principios religiosos que rezuman intolerancia y estupidez y, aunque nadie lo ve, son en realidad ataques contra la libertad de todos, porque todos somos, en alguna forma y en algún momento, una minoría fácilmente atacable. Para lograr sus fines aviesos el poder azuza al animal que vive entre la masa contra el individuo que no se quiere doblegar.
Dije al principio que callar es malo. Lo repito ahora. Cuando oímos y vemos por todos los medios los mensajes opresivos, ofensivos y amenazantes del poder de la masa, cuando el poder nos exige sacrificio, neutralidad y nos hace temer y enfrentarnos a las minorías, entonces elegimos callar. Hay temas tabú. No hablemos de sexo, no hablemos de política (si no te metes en política la política acabará por meterse contigo, Lenin), no dudes de tus superiores, es la premisa de la que parte la educación. Los dos temas más importantes en la vida del ciudadano que la escuela pretende formar, así como la herramienta más importante que va a necesitar, son evitados totalmente por los burócratas del propio sistema. Mucho se ha dicho que la culpa de que Hitler llegara al poder en la culta Alemania del siglo XX fue de aquellos (todos) que pudiendo alzar la voz en los inicios del movimiento prefirieron la complacencia criminal del silencio. La lección es importante: Cuando el tirano habla y pretende imponernos sus ideas y sus métodos, debemos hablar más fuerte para crear el adecuado contrapeso, de otro modo seremos no sólo cómplices sino propiciadores de nuestra propia destrucción.

En el principio

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"No soy bueno usando la palabra hablada o escrita, sobre todo si tengo que hablar de mí."
Klimt
Antes de iniciar tomé de mi librero Cartas a un joven novelista, de Mario Vargas Llosa. Pasé las páginas con entusiasmo sintiendo el poder analgésico de Vargas Llosa sobre mi perpetua frustración por no poder ser un escritor. Ahora sí­, Carlitos, vas a escribir una novela que inicie otro boom en América Latina, como para que Garcí­a Márquez se cague de envidia en su lecho de muerte. Y ahí estoy, buscando con desesperación la receta secreta para ser un gran novelista... Pero no. Dijo el peruano que siempre no; que no todos, tú no, Carlitos, pueden ser escritores. Que para escribir se necesita haber tenido una infancia de ensueño, rica en fantasía y motivaciones, que, con paciencia y trabajo arduo, es la semilla que dará origen al novelista. ¡Zaz! Entonces me convencí­ de que no sirvo para nada. Dedícate a tu carrera, a la administración, me decí­a Ruicito por aquellos días, para eso estudiaste, ¿qué no? Pero mi talento no da ni siquiera para administrar un Oxxo. No, Ruicito, no; yo no quiero que me paguen por escribir, ni siquiera que me editen o que me lean, yo sólo quiero escribir novelas para mí mismo, como para crear mundos que me exorcisen de mis demonios, pues. Y entonces, como Proust se iba a rumiar sus penas por Illiers, yo subía por la escalera de caracol a mi cuartito en la azotea de mi casa para releer Sartoris otra vez. Pero qué impaciencia surgía en mí que no me permití­a estar en paz con mis libros y mientras más leí­a más deseos sentía de escribir como para demostrarme que, aunque un fracaso en la vida, habí­a algo en lo que podía tomarme la revancha por tanta injusticia que el cielo cometía conmigo. Esa impaciencia que me hací­a mirar mi viejo Scribe de cuadros chicos con las hojas en blanco como esperando que vaciara en ellas todo lo que de otra forma no iba a salir. Fue entonces cuando me animé a escribir un poco de mi vida, de qué más si es lo único que conozco bien, y olvidé Cartas a un joven novelista sabiendo que ya no soy un joven y que nunca seré un novelista.

Mis palabras malas

"Una mujer es de mayor utilidad en nuestra vida si está en ella no como un elemento de felicidad, sino como un instrumento de dolor; y no existe una sola mujer cuya posesión resulte tan valiosa como la de las verdades que ella nos descubre al hacernos sufrir"
Proust

Alguna vez tuve el atrevimiento de presentarle a Sofía algo que había escrito. Confiando, mala costumbre mía, en que el texto no era del todo malo se lo había dado como si fuera un gran regalo de cumpleaños. Dime qué te parece, lo he preparado durante esta semana. Ella lo tomó y empezó a hojearlo, primero con curiosidad y luego con sorpresa. Le está gustando, me dije orgulloso, creo que aprecia mis dotes literarias. Estuvo algunos minutos cambiando su cara de sorpresa a decepción y luego a franca angustia. Cuando finalmente levantó la vista, la boca entreabierta, los ojos poco expresivos -cosa de verdad grave tratándose de Sofía- sólo atinó a decir: ¿Qué son estas palabras tan... malas? ¡Ay¡ entonces fui yo quien puso cara de desconcierto. No es nada, dije por no quedarme callado, es sólo... una broma. Ella, con toda su gentileza proverbial, lo mejor que hizo por mí fue pasar por alto el tema y evitar hablar de mi breve carrera literaria. ¡Y yo que que pensaba decirle que alguna vez quise estudiar literatura!
De eso ya hace mucho. Sofía no está más conmigo y mis textos son cada vez peores. Y sin embargo uno no entiende. No he tenido suficientes desencantos: sigo escribiendo. De manera más bien clandestina, como pidiendo perdón a la literatura por atreverme a tomar un cuaderno y un lápiz.
Soy muy malo organizando. Tengo un amontonamiento de libros que he ido reuniendo de librería en librería y de tianguis en tianguis; tengo también un montón de escritos dispersos todos por ahí en unos cuadernos viejos. Si fuera bastante sensato debería tirarlos; pero la sensatez no es mi fuerte, y como para meterme en problemas y organizarlos mejor que en mi casa, he decidido subirlos, sólo porque en internet me estarán disponibles en todos lados. Al principio quise usar un webOs pero he decidido que un blog tampoco está mal. Además, los blogs tienen una gran ventaja, digamos sobre Facebook y Twitter: nadie los lee. A diferencia de Facebook, en donde todo mundo se entera de lo que haces, en un blog estás solo con tu alma para hacer y deshacer sin que nadie se entere. Así es que confiando, de nuevo, en que Sofía no entrará nunca, ni por error, en esta página, he decidido colocar aquí aquellas malas palabras que tanto la impresionaron.

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