Archive for junio 2011

Alienígenas y dragones en el garaje de Carl Sagan

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En El Mundo Y Sus Demonios, Carl Sagan narra una situación memorable: suponga que llego desesperado a su casa y le digo con voz entrecortada que en mi garaje hay un dragón. Sin duda usted dejaría de lado sus actividades e iría corriendo a buscar la explicación de tan loca aseveración por parte de su vecino, al que hasta ahora tiene por un tipo normal. Llegando al garaje usted pregunta por el animal mitológico y yo vagamente señalo el interior, por ahí. Usted ve botellas vacías, una aspiradora vieja, el asador de carnes... pero ningún dragón. Ante su mirada extraña yo especifico, perdón, se me olvidó decir que el dragón es invisible. Difícil caso, pensaría usted, pero decide creerme y me propone cubrir el piso del garaje con harina, así podremos ver las huellas del dragón. Muy ingenioso, respondo, pero se me olvidó decirle que éste dragón vuela. Más extrañado aún usted propone rociar pintura en aerosol para poder verlo. Lo siento, replico, pero mi dragón es incorpóreo. Llevando entonces su credulidad a límites arriesgados usted propone una última alternativa, traigamos un sensor infrarrojo para detectar el calor del fuego del dragón. Muy bien, replico, en un plan de verdad intransigente, pero este dragón tampoco lanza fuego por la boca...  Ahora bien, ¿Cuál es la diferencia entre un dragón volador, incorpóreo e invisible que lanza un fuego que no calienta y un dragón inexistente?
"Hay un alienígena en mi planeta -grita de pronto alguien en un programa de televisión- ha estado en contacto conmigo y me ha dado un importante mensaje para la humanidad". La gente de inmediato presta toda su atención a estas declaraciones (los domingos por la tarde la televisión se llena de programas sobre alienígenas, fantasmas, brujos y casi cualquier tema, con tal que sea inverosímil). Las personas se sienten intrigadas con razón. Después de todo hay mucho espacio allá afuera, y considerar que todo está  para nuestra contemplación es concedernos demasiada importancia. Así que, de entrada, no está mal atender a quien declara en televisión nacional que hay alienígenas en el planeta. Todos empezamos, como el vecino de Sagan, a buscar al extraterrestre. ¿Dónde está ese prodigio? ¿Cómo son sus naves?, ¿Qué hay de esos fabulosos avances tecnológicos?, ¿Y qué de sus características físicas?....
Gente ociosa, entre ellos el mismo Sagan, se ha puesto a pensar en preguntas, experimentos y pruebas que serían indicativas de que, en efecto, quienes lo dicen están en contacto con seres de otro mundo:
a) El último elemento estable es el plomo, de número atómico 82. 82 es uno de los llamados "números mágicos" en física nuclear. La lista incluye: 2, 8, 20, 28, (40), 50, 82. ¿Qué tienen de mágicos estos números? Pues que los elementos que tienen ese número de protones o neutrones son particularmente estables y tienen una forma esférica. El calcio (Ca, número atómico Z = 20) tiene cuatro isótopos estables y el Estaño (Sn, número atómico 50) diez. Para el número de protones N = 20 hay cinco isótonos estables, en contraste con N = 21 y N = 19, que no tienen ninguno. N = 50 tienen seis y N = 82, siete. La probabilidad de que un núcleo con un número mágico de protones atrape otro protón es mucho más baja que la de sus vecinos, etc. ¿Qué tienen que ver los números mágicos con los extraterrestres? Que el siguiente número mágico es el 126, y lo he excluido de la lista de manera intencional. Se presume que en Z = 126 la tabla periódica de Mendeléyev tiene una isla de estabilidad. Dado que hasta ahora en la tierra sólo se ha alcanzado el elemento Z = 118, si alguien, Jaime Maussan por ejemplo, presentara un objeto hecho con el elemento 126 de la tabla periódica, entonces tendría una prueba irrebatible sobre la visita de seres inteligentes de otro planeta. A cambio de eso Maussan presenta una pulsera de cuarzo corriente que tiene, según él, poderes especiales.
b) Una tecnología semejante a la necesaria para viajar las distancias que se supone que viajan los alienígenas, es compatible con un desarrollo matemático muy superior al nuestro. Los ingenieros y científicos que tripulan esas naves podrían fácilmente resolver, o demostrar la irresolubilidad de, cualquiera de los llamados "siete problemas del milenio" (Sagan proponía el último teorema de Fermat, pero Andrew Wiles ya lo resolvió y, hasta donde se sabe, no recibió ninguna ayuda extraterrestre). Si Maussan presentara un artículo demostrando esos problemas sí que tendría una prueba de la visita de seres de otro mundo (los temas de esos problemas son tan variados y abarcan ramas tan distintas que es practicamente imposible que un sólo hombre pueda resolverlos todos). A cambio de eso tenemos campos de trigo con figuras geométricas que incluyen mensajes de tipo moral o religioso.
c) Durante mucho tiempo se ha especulado con las posibilidades del silicio (Si, Z= 14) como elemento base de la vida, de manera paralela, o sustituyendo a, el carbono. Ambos elementos se encuentran uno debajo de otro, en la tabla periódica, lo cual indica que tienen el mismo número de electrones en su capa externa, y pueden formar los mismos enlaces. El silicio, a pesar de ser un elemento abundante en la tierra no ha sido favorecido a la hora de formar compuestos orgánicos (sus enlaces son más débiles y difícilmente forman una cadena larga). Sin embargo, eso no descarta que no pueda ser viable en otras condiciones, o, por decirlo más claro, la química orgánica en las facultades extraterrestres no necesariamente tiene por qué estudiar los compuestos del carbono. Si se tuviera acceso a una muestra orgánica y se descubriera que su química está basada en otro elemento, esa sería una buena prueba de que en efecto estamos invadidos por seres de otro planeta. A cambio de eso obtenemos videos borrosos de una presumible autopsia practicada a un humanoide.
Imagínese ahora que después de que no aporta ninguna prueba avalando su dicho de que un dragón vive en su garaje, el buen Sagan se enoja con su usted y empieza a acusarlo de ocultar una invasión de dragones invisibles y formar parte de un bien tramado complot en contra no sólo de él, sino de todo el vecindario. Desde luego empezaríamos a dudar de la salud mental de Carl y, tal vez, si le tenemos mucha confianza, le recomendaríamos un buen siquiatra. Pero qué tal el terrible escenario en el que, semanas después del incidente, otro vecino, este a dos cuadras, empieza a gritar que hay dragones en su garaje (algo parecido sucedió a mediados de los 90 en México con la aparición de un ser de fantasía llamado popularmente "El Chupacabras") y que todos los que no le creen forman parte del complot. ¿Es el aumento de testigos la prueba que necesitamos? ¿Cuántos tendrían que ser para creerles?

Bertha Krupp y el viaje a la luna

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Ubicada en Renania, en el este de Alemania, se encuentra la ciudad de Essen, famosa hasta el día de hoy por ser un gran centro metalúrgico y la cuna de la dinastía Krupp. Los Krupp han formado una industria que tiene una historia que abarca ya tres siglos. Incluso hoy es posible conseguir cafeteras con ese nombre como marca. En buena medida la ciudad ha estado atada a los vaivenes de éste apellido. La familia ha mantenido siempre una relación muy buena con los gobiernos alemanes y fueron proveedores de las armas con las que, en la primera mitad del siglo XX, los germanos trataron de ganar territorios en el centro de Europa. A principios del siglo XX la dueña de ese imperio industrial era Bertha, la hija bastante rolliza de Alfred Krupp. Ella tenía todo lo que se podía comprar con dinero en ese tiempo: joyas y ropa, casas y coches y un marido honesto. Se podía decir que Bertha era feliz. Con la especie de Guerra Fría que se había establecido en Europa a partir de la muerte de Bismarck, todo el continente se estaba armando y sus cuentas bancarias estaban creciendo rápidamente. La maquinaria de guerra trabajaba a toda marcha. Como parte de ese fortalecimiento militar y en previsión de una muy posible guerra con Francia y sus aliados, el Kaiser Guillermo II encargó a los Krupp la construcción de un cañón de largo alcance. Una pieza de artillería tan grande y pesada (43 toneladas ) como nunca se había visto hasta entonces. La forma en que ese cañón adquirió su nombre no está clara. Aunque oficialmente se le llamó cañón naval corto L/12, la maledicencia de la gente (presumiblemente los trabajadores de la planta en la que se fabricaba) se impuso: popular e históricamente se le ha conocido como Gran Bertha, en honor a la hija de Alfred (Günter Grass, en Mi Siglo, narra una versión fabulada un poco distinta).
Ahora bien ¿Por qué tanto cuento con los Krupp? Pues resulta que su dichoso cañón ilustra muy bien qué cosa es lo que hay que hacer para enviar una nave a la luna, a Marte o a cualquier otro lado en el espacio. Durante años se ha cuestionado, más bien con fines políticos y de malsano entretenimiento, el viaje de los estadounidenses a la luna. Los argumentos, bastante fantasiosos, han dado para programas de televisión, foros en internet y cadenas de correo electrónico:
1) Las estrellas no se ven en el fondo oscuro.
2) La bandera estadounidense ondea a pesar de que en la luna no hay viento.
3) ¿Por qué las sombras apuntan en direcciones distintas?
4) ¿Quién filmó el alunizaje? (Hay quienes sugieren que todo fue un montaje grabado por el cineasta Stanley Kubrick).
A esos puntos se puede añadir un larguísimo etcétera que más bien es fastidioso. Lo fundamental de estos argumentos es que el viaje a la luna ha sido la mayor tomada de pelo de la historia.
Hay cierto punto a favor de quienes así piensan. No es posible creerle todo al gobierno, so pena de sufrir graves consecuencias. La Guerra Fría fue una época en la que las apariencias importaban más que los hechos, y muchos crímenes ocurrieron debido a engaños de los gobiernos implicados; lo malo es que muchas de las personas que dudan de la veracidad del viaje a la luna en el 69, también juran a los cuatro vientos que en el 47 una nave extraterrestre se estrelló en Nuevo México y que el gobierno de Harry Truman los escondió en bases militares en donde aún languidecen, o que las pirámides de Egipto y Mesoamérica fueron construídas por alienígenas. Todo se resume a no creer nada ortodoxo.
Desconozco los detalles técnicos que la NASA, con razón, debe o debió ocultar respecto al viaje a la luna, si bien la ciencia pura no puede ocultarse y los avances tecnológicos tampoco, como quedó comprobado con la aparición de armas nucleares en la URSS justo después de Hiroshima y Nagasaki. Pero a pesar de desconocer los detalles puedo asegurar que ir a la luna no es tan difícil. Conceptualmente, por lo menos, no lo es. La física que explica ese viaje de fantasía fue desarrollada por Isaac Newton en el siglo XVII y a ello debe el inglés buena parte de su fama.
Usando la ley de la Gravitación Universal es posible demostrar, sólo con manipular un poco las ecuaciones diferenciales y sustituir datos, que la velocidad inicial que debe llevar un objeto para alcanzar el punto de gravedad cero entre la tierra y la luna, despreciando la presencia de otros cuerpos celestes, es de aproximadamente 6.9 millas/seg (11.10 km/s), en tanto que la "velocidad de escape" de la tierra, es decir, la velocidad inicial que debe llevar un objeto para alcanzar una velocidad final de cero a una distancia infinita de la tierra, es de 11.16 km/s, sólo un poco (1 %) más que la velocidad anterior. Estas velocidades no son algo imposible de lograr. El Gran Bertha de los Krupp alcanzaba velocidades de salida de 1 milla/segundo. Modernamente se utilizan cohetes por etapas con elementos químicos que reaccionan para dar impulso a la nave, el viaje es totalmente factible. Desde luego, el cohete debe girar y realizar correcciones en la dirección, se debe calcular la órbita teniendo en cuenta que la luna es un satélite con un periódo, ubicado a cierta distancia, se debe calcular el punto en el que ha de alunizar y, lo más complicado, se ha de hacer todo pensando en mantener vivos a los tripulantes, pero aunque sólo fuera lanzar una roca, es posible hacerlo.
Nadie nunca, hasta donde sé, ha dudado de que los soviéticos hayan podido poner en órbita alrededor de la tierra el primer satélite artificial (Sputnik I) en 1957, tampoco se ha cuestionado que hayan podido poner a orbitar al primer mamífero, la perrita Laika, en el Sputnik II. La física que explica éstos viajes es la misma que aplicaban los alemanes para determinar dónde caerían los proyectiles del Gran Bertha. Los soviéticos, con todo el espionaje que tenían a su servicio y con la altísima calidad de sus científicos y técnicos, nunca dijeron que la ida a la luna había sido un truco, aun cuando les hubiera convenido enormemente, con fines de propaganda política, dejar en ridículo a su adversario capitalista.
Si es tan fácil ir, ¿por qué no han regresado?, me custionó una vez un amigo. A la luna se ha ido 6 veces, siendo la última nave el Apolo 17, lanzado en diciembre de 1972. Pero la respuesta más sencilla a por qué no hay viajes con más frecuencia es que ir a la luna no es un buen negocio. No lo ha sido ni siquiera para la ciencia. El físico Freeman Dyson se queja amargamente de que el viaje a la luna fue hecho con fines puramente políticos. A nadie le interesó escoger el sitio en el que fuera más probable encontrar agua o rocas dignas de ser estudiadas, o siquiera recibir una opinión que no fuera con fines propagandísticos. El objetivo del Apollo 11 fue demostrarle al mundo que el capitalismo es mejor que el comunismo. Se puede cuestionar justamente los fines con los que se realizó el viaje, pero de ahí a calificarlo de fraude hay demasiada fantasía. Siguiendo por el camino que iban, y de no haber aparecido los avances tecnológicos en materia de propulsión producto de la Segunda Guerra Mundial, es probable que el día de hoy los Krupp estuvieran cañoneando a la luna con los nietos del Gran Bertha.

Stefan Zweig, un deicida en la historia

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(Nota: En lo que sigue hablo de historia, con h minúscula, para hablar de ficciones y de Historia, con H mayúscula, para hablar del pasado de la humanidad.)

Espero que nadie me considere cínico en exceso si digo  que existen muchas formas de mentir, y los  historiadores las han experimentado todas. Cuando Herodoto nos dice que Jerjes llevó contra Grecia, en la segunda guerra médica, dos millones de soldados, nos habla de un imposible; cuando Michael Burleigh condena a Jünger y Remarque por fomentar con sus novelas una nueva guerra en la república de Weimar, esta cayendo en un exceso. Uno exagera el parte de guerra para hacer más heroica la gesta de su pueblo, otro condena con odio a todo el que estuvo en las líneas enemigas. Hace algunos años Lothar Machtan publicó un libro, El Secreto de Hitler, en el que se propone demostrar una discutida homosexualidad de Hitler con argumentos que, mutatis mutandis, podrían servir para demostrar que el dictador alemán destilaba virilidad (el lector de este libro encontrará silogismos como: Todo aquél que gusta de la música de Wagner es gay, Hitler era un apasionado de la música de Wagner, ergo, Hitler era gay). Machtan es un ejemplo de lo perniciosa que puede ser la forma moderna de escribir la Historia. El autor presenta un conjunto de datos no necesariamente falsos, antes bien factibles o comprobables, y, sin añadir opiniones personales,  pretende que el lector se forme una idea propia. Pero los presenta en un orden tal, y con una edición y selección tales que inducen en realidad la idea que el historiador quiere. Esta forma de inducir una idea ha sido muy bien aprendida por los editores de los periódicos, que no dicen mentiras, pero editan los datos para presentar su propia versión de la verdad. No quiero decir con esto que Machtan y Burleigh o, menos aún, Herodoto y los periódicos, sean totalmente deshonestos y recomiende no leerlos, al contrario. Sólo están atados a una humana condición que nos hace ver las cosas distintas. Ya  lo dijo muy bien Paco Ignacio Taibo II, no es mentiroso quien cuenta, el problema son las pocas luces de quien escucha o lee. Pero si de mentiras se trata, mentirosos profesionales son los novelistas, que viven de escribir historias falsas, una manía acaso enfermiza que, de no tener ganada una buena reputación milenaria, posiblemente (y este es un serio atrevimiento de mi parte) sería condenada por racionalistas de línea dura como Sagan o Dawkins y, esto sí ha sucedido, por líderes religiosos y dictadores.
El término "deicida" en literatura ha sido usado por Mario Vargas Llosa para calificar al tipo de narrador omnisciente que aparece como personaje principal en la mayoría de las novelas y las ficciones en general. El deicida suplanta a Dios y puede penetrar en las mentes y en las conciencias, en el tiempo y en el espacio, sin ninguna dificultad. ¿Quién más, si no el mismo Dios, puede saber lo que pensó Peyton Farquhar durante el segundo que tardó en caer desde los durmientes del puente en Owl Creek hasta que la soga se cerró sobre su cuello, dos metros abajo, causándole la muerte? Ambrose Bierce es un deicida. Así dicho, esto puede parecer chocante (el novelista colombiano Fernando Vallejo critica duramente cada que puede esta forma de escribir historias). ¿Cómo puede alguien, que en principio quiere contar algo verosímil, pretender que el narrador  lo sabe todo? ¿No es más chocante todavía que alguien pretenda suplantar a Dios a la hora de escribir la Historia? Pues eso es precisamente lo que hace Stefan Zweig, un buen conocedor de la Historia francesa. Zweig, aparte de ser un gran novelista, se dió tiempo de escribir libros como El Mundo de Ayer y Momentos Estelares de la Humanidad, o biografías: Fouché, el Genio Tenebroso y María Antonieta, en los que no deja nunca su estilo de novelista. Y es que a diferencia de Flavio Arriano, uno de los historiadores más honestos que he leído, Zweig no duda. Mientras el romano compara versiones, da opiniones y, ante la incertidumbre, deja la decisión final al lector, el austríaco lo sabe todo acerca de sus personajes. No todo acerca de números o fechas, datos que aparecen sólo de manera esporádica, como perdidos en sus libros, sino acerca de algo más importante: la sicología. Zweig es un excelente sicólogo capaz de exponer todas las miserias del hombre en unas cuántas líneas. Para él los hombres no son héroes haciendo Historia, sino piezas de ajedrez arrastradas por ella. Algunos, como Fouché, aprovechan el momento y no nadan contra corriente sino, de manera más inteligente, se dejan llevar por ella. Otros, como Robespierre, mueren en el intento:

1) Un soldado con muchos años de campaña, gris, mediocre y sin iniciativa tiene en sus manos, por un instante, el destino de Napoleón, y con el el de Europa entera, justo el día en que se libra la batalla de Waterloo; este hombre, incapaz de contradecir una orden recibida del Emperador, no cede ante las súplicas de los generales que le ruegan acudir de inmediato hacia donde los cañones suenan. Ha recibido la misión de perseguir a Blücher y eso es lo que hará, lo demás no le importa. Napoleón y Wellington, mientras tanto, se traban en un combate tan equilibrado que el primero que reciba refuerzos será quien gane ("una sola mota de polvo decantará la balanza"). Cuando al final de la jornada ven a lo lejos una vanguardia saben que la suerte está echada. Instantes después una ola de espanto recorre las líneas francesas: la avanzada es del ejército prusiano comandado por Blücher. Pronto el centro francés cede a la desbandada y el imperio se hace trizas; cuando con la noche llega el silencio, nuestro soldado se estremece. Permaneció inmóvil, incapaz de acudir al llamado. Acaba de escribir, sin saberlo, una página en la Historia.

2) Una niña de siete años, hija de una prostituta, pide limosna a la marquesa de Boulainvilliers. Ésta, al descubrir que la niña es de sangre noble, la educa y cría por su cuenta y le sirve como madrina ante la nobleza francesa. Casada más tarde con un militar, la entonces joven y muy linda mujer empieza a lucrar con su apellido y se concede a sí misma el título de Condesa de Valois de la Motte. Por medio de un adivino influye en el frívolo y muy reputado cardenal de Rohan que quiere ser primer ministro de Francia a pesar de tener en contra la opinión de la reina. La mujer se hace pasar por amiga íntima de María Antonieta y le promete al cardenal que le hará llegar sus cartas. En efecto, el  noble envía cartas que contesta la misma embaucadora, la cual se las arregla para, a nombre de la reina, sacarle cada vez más dinero al incauto. Para darle un toque de credibilidad consigue que una prostituta parecida a María Antonieta se entreviste con aquél al amparo de la noche en uno de los jardines reales. Sin defensas ya el cardenal, y creyéndose el primer ministro de Francia, la "Condesa" da el golpe maestro. Le hace saber a su víctima que la reina quiere comprar un collar, una joya carísima creada para la amante del difunto Luis XV, para lo cual pide su aval. Convencido, firma los pagarés y entrega la joya a un criado de la mujer. La reina, hasta ese momento, no ha oído hablar de la timadora. Llegada la fecha del primer pago, los joyeros reciben la confesión junto con una recomendación: habrán de cobrarle a Rohan, el cual, para salvar su reputación tendrá que pagar. Pero los joyeros van directamente con Maria Antonieta, y ésta, al enterarse del timo monta en cólera y manipula a Luis XVI para que humille públicamente al noble. La reina es saciada en sus deseos de venganza pero la detención pública del obispo, justo cuando iba a oficiar misa, así como el proceso, enfurecieron a la nobleza. La  limosnera había cumplido su papel histórico: puso en contra de los reyes al segundo estado en vísperas de la revolución francesa. Los reyes y la mujer murieron pocos años después, guillotinados unos, por suicidio la otra.

3) Un sacerdote joven llega a Lyon, bastión reaccionario que se ha sublevado contra la Revolución. Francia se debate a muerte: con todos los imperios de Europa en el exterior,  contra la reacción en el interior. El hombre no quiere derramar sangre. Antes ha estado a cargo en Nevers y la ha controlado sin matar a nadie. Pero los tiempos suceden rápidamente, lo que ayer era una virtud ahora es un vicio; la compasión de ayer ahora es traición. El Terror ha comenzado. Llevado por las circunstancias, el sacerdote no duda en  amarrar decenas de hombres ante un cañon y fusilar a ese amasijo nervioso. El hombre acababa de dar uno de los muchos virajes ideológicos que dará en su vida. Como Italia en las guerras, siempre quedaba del lado del vencedor.

Así son los personajes históricos de Zweig, ellos no hacen la Historia: la sufren. El primero es Emmanuel de Grouchy, general de Napoleón; el tercero es Fouché, un personaje que en su juventud jugó cartas con Robespierre y de sangre tan fría que cuando Bonaparte lo amenazaba de muerte, simplemente respondía: "No soy de esa opinión, Sire". La mujer es Jeanne Valois y la historia, que parece salida de la pluma de Dumas es cierta. Al respecto dice Zweig: "Tal como el asunto del collar se desenvolvió, es lo más inverosímil de lo inverosímil, en forma que no sería aprovechable, por su falta de credibilidad, ni para una novela" (Dumas, en efecto, la volvió novela, aunque en esta ocasión el autor de Los Tres Mosqueteros, tan dado a los excesos, fue superado por la realidad). ¿Siente Zweig alguna simpatía por esos personajes? Difícilmente. A diferencia de los biógrafos modernos, que cuando terminan de escribir la biografía están enamorados del personaje, Zweig los desnuda de tal forma que causan repulsión. Al novelista todo le es transparente. El deicida también ha resultado un excelente historiador: comprende con más profundidad los tipos humanos justamente porque su actividad literaria se lo exige. Los buenos novelistas son creadores de realidades alternas. Para lograr tal proeza no hay más que ser fieles a los personajes. El novelista, igual que el historiador, no puede, o no debe, mostrar sus  simpatías u odios cuando escribe. Ese es un error grave que cometen muchos cuando pretenden dar vida a personajes viles y abyectos. El mal escritor los censura, los mata, y con ellos la ficción completa. En cambio, por poner un ejemplo contemporáneo, Rafael Leónidas Trujillo, en La Fiesta del Chivo, es capaz de, incluso ahora, convencernos de que tiene razón, de que la forma en que actúa es la única en la que lo puede hacer, y que por demás algunas veces es la correcta. Cuánta vida puede darle un novelista a un personaje histórico. Por eso el papel de Stefan Zweig es imprescindible, él nos ha enseñado cómo se debe tratar a un personaje. Y también nos ha sugerido que tal vez lo que deberían hacer los malos historiadores, antes de escribir la Historia, es escribir historias.

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