Archive for diciembre 2013

El Inicio de la Primera Guerra Mundial

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1: Un día en la vida de Stefan Zweig
Un día, de los últimos de junio de 1914, Stefan Zweig se encontraba leyendo un libro en una banca de un parque en Viena. Alrededor había un ambiente festivo. Las familias paseaban juntas y los cafés estaban atiborrados. Una pequeña orquesta de cámara tocaba valses de Strauss. Viena tal vez era la ciudad más bonita de Europa en esos momentos, y era mucho decir. Los europeos tenían grandes razones para estar contentos en aquel verano. Inglaterra era un imperio económico y militar que abarcaba medio mundo. París seguía siendo la capital cultural y moral de Europa y todos los hombres cultos se encontraban ahí en su ambiente; el vasto imperio austro-húngaro era tan estable (al menos así lo parecía) como la vida de su emperador, Fernando José, que para entonces ya tenía en su haber uno de los reinados más largos de la historia europea; Viena era la tercera ciudad en importancia y desde principios de siglo parecía que las artes y las ciencias la habían elegido como su nueva sede. Los alemanes eran con mucho los más optimistas. A partir de su conformación como estado, Alemania se había convertido en una potencia mundial, era el país con mayor crecimiento económico y demográfico y, ellos lo entendían así, estaban destinados a regir Europa completa. A la zaga de las grandes potencias iba Rusia; con su enorme imperio que abarcaba dos continentes el gigante se apresuraba a entrar a la moderna era industrial y los problemas internos de principios de siglo parecían superados. Los ciudadanos de las potencias europeas estaban muy orgullosos de serlo. Sólo unos días antes, un campesino austriaco le había comentado al viajero Zweig al ver la cosecha que se venía: "la gente recordará este verano por mucho tiempo".

2: Nubarrones en el horizonte
Como en todas las épocas, había algunos problemas domésticos qué atender, pero en ese entonces no preocupaban a ninguno de aquellos gobiernos. Una gran cantidad de personas dejaron Europa entre 1900 y 1914 (en ese periodo, en Italia, fueron más de 5 millones) principalmente hacia el continente americano; la vida para los trabajadores era más difícil, insalubre y peligrosa en el campo que en la ciudad; las mujeres vivían mucho peor que los hombres y sólo Finlandia había concedido el voto femenino a su población. Políticamente había un par de problemas importantes: el socialismo que, hermano de las luchas sindicales, reclamaba más derechos para la clase trabajadora, era un problema interno de todas las potencias, y la inestabilidad debida a la salida de los turcos de Europa. Nada de eso preocupaba a la gente común.
Y hubo, sin embargo, algunas personas que, como Casandra en Troya, fueron capaces de ver y advertir la calamidad.

3: La tragedia de Casandra
Bertha Kinsky tal vez sea más recordada por haber inspirado al sueco Alfred Nobel la creación de sus famosos premios. Esta austriaca tuvo la desgracia de no ser lo bastante noble en la clasista corte de los Habsburgo y, después de dejar plantado a un viejo (no soportó el primer beso) se convirtió en niñera (fue despedida por enamorar a uno de sus "niños") y remató siendo sirvienta (y amante) de Alfred. La biografía de Bertha es muy interesante pero no es lugar éste para hablar de ella. Lo importante es que había pasado muchos años en las fronteras surorientales del imperio austro-húngaro y fue capaz, con esa agudeza que sólo tienen los extranjeros, de ver el enorme encono que había ahí. Fue una gran activista por la paz y el premio Nobel de esa categoría, usado casi siempre como botín político, fue creado y ganado por ella. En julio de 1914 ya había muerto, sólo dos meses antes del inicio de la Primera Guerra Mundial, pero algunas de sus frases, vistas en retrospectiva, son llamativas.

Ésto es la guerra. No dejen en manos de una pobre vieja la tarea que tienen qué hacer los jóvenes.
Alguien más, el embajador británico en Viena, escribió en enero de 1913 ésta frase profética:

Algún día Serbia sembrará la discordia en Europa y provocará una guerra universal en el continente, y si la prensa francesa sigue alentando las aspiraciones serbias como lo ha hecho en los últimos meses, los serbios pueden perder la cabeza y emprender una acción agresiva contra la Monarquía Dual que obligará a ésta a apretarle las tuercas a Serbia

En 1888, Otto Bismarck predijo:

Algún día la gran guerra en Europa vendrá por alguna estupidez cometida en los Balcanes

y tenía razón.

4: Un punto de inflexión
Pero no adelantemos vísperas. Dejamos a un optimista Stefan Zweig sentado en su banca leyendo un libro. Tal como lo escribe en El Mundo de Ayer, de pronto algo llamó su atención. Muchas familias se reunieron en torno a un poste y la orquesta calló. Despacio, Zweig se acercó a la multitud y vió un anuncio que lo conmocionó: el heredero al trono había sido asesinado en Serbia.
Aquellos momentos no se olvidan nunca. Oliendo el peligro, todos se fueron de inmediato a sus casas en busca de refugio. Sin embargo, comenta Zweig, el luto duró sólo unas horas. Francisco Fernando no era muy apreciado como heredero al trono. En más de una vez se había mostrado desesperado por acceder al poder y el propio emperador no lo quería. Estaba ahí porque no había nadie más en la línea sucesoria. El hijo del emperador, Rodolfo, un hombre de corte liberal, había sido infeliz en parte debido a la negativa de su padre a anular el matrimonio que lo ataba a una mujer que no quería. Se suicidó, junto con su amante, en 1889. Aquella había sido una verdadera pena para el pueblo austiaco. Ahora, para la gente común, la noticia fue impactante, pero, comenta Zweig, en la noche cada uno olvidó al prícipe heredero: la vida siguió como si nada hubiera pasado. Incluso en los días siguientes, en los que se discutía de manera frívola el lugar en el que se habría de sepultar al infeliz Fernando y a su esposa.

5: Las Guerras Balcánicas
Fuera de la vida cotidiana, en el mundo avieso de la política, aquella muerte fue mucho más importante, y sería la primera de varios millones que ocurrirían en los siguientes cuatro años. La Primera Guerra Mundial es también llamada, algunas veces, la Tercera Guerra de los Balcanes; ésto es así, porque entre 1912 y 1913 hubo un par de guerras en los Balcanes. Nada ilustra mejor esa guerra que los siguientes mapas.

Primer mapa:
Los Balcanes antes de la Primera Guerra Balcánica

Segundo mapa
Los Balcanes después de la Primera Guerra Balcánica

El primer mapa representa a los Balcanes en 1912. Montenegro, Serbia, Bulgaria y Grecia, apoyados por Rusia, constituían la Liga Balcánica. Aquellos habían obtenido su independencia de los turcos en el siglo XIX. En su día el imperio otomano tocó las puertas de Viena, pero a principios del siglo XX sus posesiones en Europa ya estaban rodeadas por países enemigos independientes. Durante 1911 y 1912 se fue haciendo más evidente que los cuatro países iban a declarar la guerra al gigante turco. Esta guerra casi recupera para occidente a Constantinopla, la eterna capital del imperio romano de oriente, pero debido a problemas internos todo quedó en un amague. El segundo mapa muestra la zona después de la Primera Guerra Balcánica, tal como se acordó en una conferencia de paz en Londres. Esos problemas internos en la liga balcánica dieron origen a una Segunda Guerra de los Balcanes, en la cual los antiguos alidos se unieron contra Bulgaria a la cual le quitaron buena parte del territorio obtenido.
Dos potencias europeas estaban muy interesadas en lo que pasaba en los balcanes: Rusia y Austria-Hungría. Rusia apoyaba a la población eslava fomentando odios contra Austria. Esta por su parte veía con recelo el surgimiento de Serbia, que era ya un dolor de cabeza en el sur del imperio. Era más o menos previsible que en la zona balcánica se produciría la chispa que habría de incendiar Europa.

6: El Príncipe y el Mendigo
El asesinato de Francisco Fernando fue planeado en pláticas de cantina por un grupo de jóvenes serbios. El más famoso de ellos es el que finalmente, de forma casi fortuita, disparó un par de balas que acabaron con la vida del príncipe y su esposa, la princesa Sofía Chotek: Gavrilo Princip. Aún se conserva un muro de la casa de éste nacionalista en el que sus iniciales están inscritas junto a la fecha 1909. Aquel grupo de serbios osados a los que pertenecía Princip viajó a Sarajevo en junio de 1914. Para entonces se habían puesto en contacto con un grupo terrorista formado por altos mandos del ejército serbio llamado La Mano Negra. Los dirigentes de La Mano Negra ya habían provocado una rebelión palaciega en 1903, por medio del asesinato del gobernante serbio, que a su gusto era demasiado proclive a los intereses austriacos. El asesinato les parecia sencillo.
Paradójicamente, el hombre contra el que iban a atentar no era un belicista. Era violento e iracundo, además de un implacable cazador (a lo largo de su vida mató a más de cinco mil ciervos, y miles de otros animales, algunos de los cuales se conservan con una estricta datación) pero era también un político moderno que pretendía extender derechos a todas las minorías del imperio por una razón pragmática: con derechos en el imperio dejarían de buscar ayuda en el extranjero, en particular dejarían de depender de Rusia. Tenía en su casa un mapa de lo que él veía como los Estados Unidos de Austria, una confederación de estados unidos bajo su liderazgo, un enfoque totalmente opuesto al de las élites germanas y húngaras que se negaban a compartir el poder.
Los príncipes austriacos visitaban Bosnia so pretexto de supervisar maniobras militares del ejército. El 28 de junio era día de fiesta nacional de Serbia y la presencia de los invasores no hacía más que exaltar los ánimos. Ese día, camino al ayuntamiento, el coche descapotado de los Habsburgo fue atacado por una granada que rebotó en él hiriendo a algunos peatones. "Vengo en son de paz y me reciben con una bomba. Esto es inadmisible", dijo el príncipe. La Mano Negra había tenido mala suerte, no era previsible otro descuido de los escoltas. Pero lo hubo. Saliendo del ayuntamiento, el coche que transportaba a Francisco Fernando erró el camino y fue a dar a una calle equivocada. El chofer tuvo que hacer lentas maniobras para salir del sitio. A esa hora, Gavrilo Princip compraba un sandwich, la falla de uno de sus compañeros había echado por tierra su mal planeado ataque y era hora de regresar a casa. Y sin embargo, por una mala casualidad, de pronto al levantar la mirada se dió cuenta de que el coche que giraba despacio frente a él era la carroza real.


7: Creso el Soberbio y Francisco José el Prudente
El imperio austro húngaro era un imperio decadente y muchos de sus políticos lo sabían. En l866 los ejércitos prusianos habían barrido en el campo de batalla de Königgrätz al centenario ejército de los Habsburgo, y si no llegaron hasta Viena fue porque Otto von Bismarck supo apaciguar los impulsos del emperador Guillermo: Inglaterra y Francia no permitirían la desaparición de Austria. Para siempre quedaron en la historia las intenciones de formar una sola nación pangermánica con capital en Viena. Berlín surgió como el centro político al que los germanoparlantes habían de voltear. Y si Austria-Hungría permaneció al márgen durante las Guerras de los Balcanes, aún con el deseo de frenar las ambiciones de Serbia, fue porque Francisco Fernando hizo todo de su parte para no comprometerse en una guerra que sabía que perderían. El emperador Francisco José, tan prudente como viejo, llegó a decir:

"una guerra entre Rusia y Austria sería el fin de los Romanov o el fin de los Habsburgo, tal vez sería el fin de las dos familias reinantes"
Y tenía razón. Incluso le alcanzó la vida para saber que tal vez no los Romanov, pero sí los Habsburgo, habían llegado a su fin con la Primera Guerra Mundial.
Todo eso hace recordar aquella historia que cuenta Herodoto acerca de Creso, rey de Lidia, y el oráculo de Delfos. Antes de declararle la guerra al imperio persa, Creso envió un embajada a Delfos para hacerle una consulta a Apolo,

"¿qué pasará si Creso invade Persia?"
La respuesta, para ese hombre soberbio que alguna vez se creyó el más afortunado sobre toda la tierra, fue la siguiente:

"Derrotará a un gran imperio".
Aquello no pudo ser más claro. ¡Ahora o nunca!, pensó Creso, y al grito de ¡Ares! invadió a su vecino, el cual le propinó una derrota humillante después de la cual, y salvada su vida por un auténtico milagro, envió a otra embajada a Delfos para preguntar la razón de aquel engaño.

Se te dijo: "derrotará a un gran imperio" y fuiste muy imprudente, debiste preguntar a quién nos referíamos. Quien derrotaría a un gran imperio sería Persia y el gran imperio era el tuyo.

8: El Canciller de Hierro
La historia de la Primera Guerra Mundial es muy larga; más que a una fecha, hay que referirse a la eterna discordia entre franceses y germanos. El último capítulo de ese odio centenario había sido la guerra franco prusiana de 1870, que se saldó con la mayor humillación de Francia en toda su historia. Construido para enmarcar el paso de las victoriosas tropas francesas, el primer ejército que desfiló debajo del arco del triunfo de Napoleón fue el prusiano, que se llevó a casa las provincias de Alsacia y Lorena (provincias ganadas a su vez por los franceses en la Guerra de los 30 años). El artífice de aquella vorágine fue Otto Von Bismarck, el canciller de hierro prusiano que se encargó de mantener por 30 años una ruptura diplomática y comercial entre Francia y Rusia. Bismarck fue durante el último cuarto del siglo XIX un factor de paz en una Europa llena de rencores. Al morir Bismarck, poco a poco hubo un acercamiento, primero comercial y después militar, entre Francia y Rusia, a los cuales, por razones estratégicas y geopolíticas se les unió Inglaterra; la alianza militar de estos paises se llamó la Entente Cordial o La Triple Entente. Por razones similares, Austria, Alemania e Italia, a los cuales unía el odio contra Francia, formaron la llamada Triple Alianza.

9: El punto sin retorno
El viejo emperador Francisco José cometió el error de rodearse de aciagos asesores. Los partidarios de la guerra vieron en la muerte del heredero al trono la excusa perfecta para librarse de una vez por todas de esa piedra en el zapato en que se había convertido Serbia. Se envió un ultimátum al que esta estuvo a punto de ceder, y sin embargo no lo hizo por recibir en ese momento garantías por parte de Rusia. Después de retirar al embajador austriaco de Serbia, y sin saber las consecuencias de aquello, los cortesanos engañaron al dubitativo Fernando José haciéndole creer que Serbia había iniciado ya un ataque contra las posiciones austriacas en la frontera, forzando así una guerra que pudo haber sido una localizada y breve, pero se volvió total y eterna. El último paso para la catástrofe lo dio el más débil de los contendientes: Rusia. Tal vez precisamente por su debilidad no quiso ceder en aquel juego de vencidas y movilizó fuerzas contra Austria. Fue el momento que tanto había esperado Alemania. Por años se había planeado exactamente ese panorama: una guerra contra Rusia y Francia en la que veloces ejércitos germanos hacían pedazos a Francia para voltear, de inmediato, contra el rival más lento, Rusia. Se llamaba el plan Schlieffen y el kaiser lo resumía así: "se trata de almorzar en Paris y cenar en San Petersburbo". Una blitzkrieg en la Primera Guerra Mundial.

10: Inglaterra
De las potencias Europeas, Inglaterra definitivamente no tenía nada qué ver en el conflicto. Al menos no directamente. Es verdad que con un imperio tan vasto como el inglés, cualquier guerra terminaría por afectar sus intereses. Las rutas comerciales a la India y sus posesiones en Asia dependían de la buena voluntad de Francia y Rusia. Había un compromiso moral con ellos. Además, y esto era más grave, Inglaterra no podía permitirse la existencia de una Alemania triunfante en el continente; de ganar la guerra, pronto iba a constituir una competencia feroz en África. Inglaterra no podía permanecer neutral durante mucho tiempo. Sin embargo, lo que hizo saltar la declaración de guerra fue la invasión a la neutral Bélgica, el estado tapón entre Alemania y Francia. Los alemanes nunca han respetado neutralidades, y esa vez no fue la excepción. En realidad aplicaron una receta que ha sido efectiva tres veces: invadir Francia por el norte ocupando primero a la débil Bélgica. Funcionó en 1870, funcionó en la Primera Guerra Mundial y funcionó, también y de manera brillante, en la Segunda. Éste bocado suele ser indigesto porque altera terriblemente a los ingleses. Constituye una amenaza directa a las aguas del canal de la Mancha y, aunque la última vez que pasó fue en 1066 con Guillermo El Conquistador, despierta grandes tentaciones respecto a un desembarco anfibio en la isla. Si Bélgica y los Paises Bajos son invadidos, es seguro que los ingleses van a a la guerra.

11: Vuelta a Zweig
Stefan Zweig no participó en la guerra. Cumplió con su servicio militar redactando informes y boletines de prensa. A diferencia de muchos otros escritores de ambos bandos, mantuvo serenidad y cordura todo el tiempo. A la muerte del emperador Francisco José, su sucesor, el emperador Carlos, quiso iniciar pláticas con la entente; los nacionalismos y las presiones alemanas hicieron imposible cualquier solución negociada. Quizá con la excesiva ligereza con la que se juzga el pasado, Zweig culpó de todas las desgracias posteriores (la inflación descontrolada y absurda, primero en Austria y luego en Alemana, los nacionalismos y el inicio de la Segunda Guerra Mundial) a esa falla del último emperador austriaco.
Nacido y criado en una sociedad rica, acostumbrado a ver lo mejor de la producción humana en la última etapa del imperio al que perteneció, y a cuya grandeza él mismo contribuyó, Zweig no pudo sobreponerse a la barbarie de dos guerras generales en Europa. Se suicidó en Brasil en 1942, justo cuando Hitler se hallaba en el cenit del poder.

12: No estudies geografía
Las consecuencias de la Primera Guerra Mundial afectaron todo el siglo XX y aún nuestros días. Para siempre desapareció el imperio austro-húngaro que en su último momento dio a personajes como Mahler, Kafka, Strauss y Freud. También desapareció el imperio de los Romanov, el cual fue sucedido por el comunismo. Por su oposición violenta al comunismo, las democracias occidentales toleraron, e incluso alabaron, la subida al poder de el nazismo en Alemania y el fascismo en Italia. La paz fue saldada de una manera y con unos matices tales que sólo 20 años después buena parte del mundo se enfrascó en una segunda guerra, más violenta y salvaje que la primera. Pero quizá la consecuencia más palpable sea la que muestran los mapas que aparecen a continuación, uno de Europa antes y otro después de la Primera Guerra Mundial, y que hacen recordar las palabras que un chofer de ambulancias francés le escribió a su hijo durante la guerra: "No pierdas mucho el tiempo estudiando la geografía de Europa, creo que está a punto de cambiar".

Europa antes de la Primera Guerra Mundial


Europa después de la Primera Guerra Mundial

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