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Rafael Bernal, El complot mongol

Pocos años después de haber creado a Sherlock Holmes, harto ya del personaje, Conan Doyle lo hizo desaparecer en las cataratas de Reichenbach (en los alpes suizos) junto a su mayor enemigo, el profesor Moriarty. Conan Doyle quería hacer literatura más "seria". Pues bien, esa muerte es la mayor crítica que se le puede hacer a Sherlock Holmes. La literatura en la que vive es una de aventuras. El personaje es muy distante. El lector sólo puede mirarlo como se mira a Dios, con esa consciencia de ser siempre inferior a él. Se le admira por diferente. El complot mongol es una novela del escritor mexicano Rafael Bernal que tiene una trama ni de lejos tan bien pensanda y científica como las que protagoniza Holmes, pero tiene a unos personajes que arrastran conflictos humanos muy profundos.
La idea es bastante retorcida, en China ha surgido un plan para matar al presidente de los Estados Unidos aprovechando su inminente visita a México. El rumor ha sido captado en Mongolia por agentes soviéticos. Para iniciar una rapidísima investigación no oficial, se ha elegido a Filiberto Garcia, un matón a sueldo que otrora (durante la Revolución) fue muy efectivo y en la actualidad ha devenido en detective privado. El hombre es muy bueno para investigar misterios, pero es letal, a su paso siempre ha dejado una estela de cadáveres que lo delata.
El complot mongol es una novela de detectives sólo de manera colateral. Está cargada con los clichés del género pero uno no deja de sentir que el protagonista es un hombre común. A diferencia de lo que pasa con Auguste Dupin, Sherlock Holmes o Hercules Poirot, Filiberto García no tiene poderes deductivos rayando en lo sobrehumano y un IQ elevado que lo conviertan en el mayor cerebro del continente. No, García sólo es un asesino a sueldo que nunca siente remordimientos por sus víctimas. También es un hombre desencantado con el país en el que le toca vivir. En los años 60 la Revolución Mexicana ya estaba muerta desde hacía mucho tiempo, y apestaba. Algunos de sus hombres más corruptos estaban viviendo todavía de los crímenes que durante ella habían cometido. Filiberto los conoce, los ve en los periódicos y sabe que de la guerra ellos cargaron con el dinero y el prestigio mientras él cargó con las almas de los difuntos.
El punto alrededor del cual gravita la novela no es el atentado, sino la historia paralela entre Filiberto García y Martita, una joven que trabaja en el barrio chino. Martita, una china-mexicana de buen cuerpo y cara bonita, hace sentir querido al viejo sobreviviente quizá por primera vez en su vida. La novela es el relato fugaz de un incipiente amor entre ellos. Y si bien el lector sabe desde el principio que aquello no puede tener buen fin, existe siempre latente, como una luz al final del túnel, la perspectiva de que Filiberto pueda salir del ambiente semi clandestino en el que ha vivido para probar un poco de la alegría de sus jefes.
Los fotógrafos dicen que ellos se encargan de abrir ventanas en el tiempo. Una buena fotografía hace que el espectador piense no tanto en lo que ve sino en lo que no ve. En la novela de Rafael Bernal pasa lo mismo, cuando uno la termina, se queda con ese desconcierto de imaginar qué sigue; ese mismo miedo que se siente al pensar que la propia muerte implica dejar de tener noticias de personas y cosas a las que uno quisiera seguirles la pista. Con su novela, Bernal abrió una ventana por la cual nos podemos asomar al México de los 60, pero también abrió una que sirve para vernos un poco a nosotros mismos y averiguar cómo somos y hemos sido siempre. Y si nos asomamos, tal vez podamos decir, con la muletilla de García: Pinche México, pinche soledad.

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