Cimón y Pero

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 Cimón

A Pero la eduqué y la crié como lo hicieron conmigo, en la tradición romana influenciada positivamente por la cultura y tradiciones griegas, para vivir en un mundo interno rico y libre. Las ideas judías-cristianas han cambiado de fondo a la sociedad actual y la han hecho temerosa, sumisa y sin vida. Yo no quise que mi hija fuera parte de ella y creo que lo logré. Ese corrillo que circula de boca en boca en los baños y en las plazas es un escándalo completamente artificial. Me explico. 

Pero es una mujer hermosa, muy parecida a su madre, aunque debo decir que yo no soy un hombre feo. Mi hija es una mujer alta de ojos trigueños y cabellos como miel que le caen a la mitad de la cintura cuando deshace sus trenzas. Su piel es tierna y nerviosa como la de una gata bajo las caricias. Las redondeces de su cuerpo son dulces y las he disfrutado desde que ella era una adolescente. Y quizá lo mejor de ese cuerpo perfecto son sus pechos rotundos y suaves que hacen sentir tan cerca una de otra la vida y la muerte. 

Pues bien, Pero se casó hace cosa de un año con un romano auténtico al que aprecio y quiero como a mi brazo derecho. Este muchacho, mi yerno, la preñó casi de inmediato y me ha convertido en el abuelo de un par de niños sanos y rollizos que pronto serán la alegría de mi vida. Y como toda mujer lactante Pero ha crecido sus senos como dos lunas llenas simétricas y cálidas que de cuando en cuando me bañan con su luz. 

Eso fue lo que pasó, yo estaba bebiendo de la leche tibia que rezuman sus pezones después de que toda la tarde hicimos el amor con el deseo y bríos con los que lo hacemos siempre. Se había vestido ya, prenda por prenda y se acicalaba el cabello frente al espejo de bronce que tengo en mi habitación cuando no pude contenerme más y salté sobre ella como el león se lanza sobre la cierva. Ella, generosa, dejó que la besara y acariciara mientras trataba de ser indiferente. Entonces entró Marco Porcio, mi esclavo, traído de las regiones cristianas del imperio. Nos miró congelados durante un par de segundos y se fue apenado. Yo me reí, me quedé un rato más con mi hija y la despedí con un beso. Eso fue todo. ¿De verdad los cristianos se ofenden porque ella me ofreciera leche recién salida de sus tetas? Porcio soltó el chisme y ahora todo el mundo intenta censurarme. Lo que dirían si vieran lo que hacemos regularmente mi hija y yo. Quizá nos mandarían condenados a ese infierno terrible que se han inventado y con el cual chantajean a los ingenuos y a los miserables. Pero, mi yerno, yo y toda mi familia no nos arredramos ante los embates, somos de otra estirpe, de los últimos patricios romanos.

Hoy salgo orgulloso mientras paseo con mi hija por las calles, me gusta que nos vean, es necesario. El día llegará en el que las personas libres no podremos hacer lo que nos plazca por la amenaza de esas hordas inciviles que hoy sólo murmuran a nuestras espaldas pero que mañana, envalentonados por su número, intentarán violentarnos. Yo soy un hijo de Júpiter y a él emulo. He disfrutado de muchos hombres y mujeres como lo hacía él, y no me arrepiento, al contrario, revivo una y otra vez en mi mente todas esas faenas en las que mi ariete ha derribado muros y rasgado carnes con violencia. Soy de los últimos hombres libres y eso me llena de orgullo, por mí y por mi familia, pero me entristece por todo el pueblo romano que habrá de pagar, caro y pronto, esta mojigatería que nos invade. 


Pero

Él ha sido siempre un hombre que se impone, desde que tengo memoria me ha bastado con una mirada suya para obedecerlo, para hacer lo que desea. Ya desde entonces tuve la impresión de que él había matado a mi madre, y eso me aterraba, estaba segura de que también haría lo mismo conmigo en cualquier momento. Lo creo todavía. Desde que me quedé sola encargó mi cuidado a una esclava que me ha querido y protegido hasta donde le ha sido posible. 

Después de mi cumpleaños 16, y sin que yo sospechara nada, me hizo llevar a su habitación y me forzó, no recuerdo cuántas veces durante toda la noche. Yo estaba fría, aterrada y paralizada, pero lo obedecí en todo y me tragué las lágrimas. La noche siguiente también me hizo dormir en su cuarto y me tomó. Desde entonces pasé a ser su  mujer y él mi único hombre. Yo tenía entonces el deseo exaltado y me tocaba ya, con frecuencia, pensando en algún esclavo. El golpe que sentí a partir de lo que me pasó, me volvió callada y triste, pero él nunca se dio por enterado. Todas las noches me llevaba a su habitación y me tomaba con más o menos ímpetu.

Será tal vez porque nunca lo vi como a un padre, pero después de un tiempo que debió ser días, semanas o meses, empecé a disfrutar de aquello y me dejé llevar. Quizá fue una adaptación ante el riesgo. Si no cedía me maltrataba o me restringía, si accedía me premiaba y me consentía. Yo lo veía como un  hombre rudo y violento pero también sabía que a su lado había una seguridad y una protección que no tenían las esclavas ni las otras amantes que mantenía.

Después de varios años dejó de sentir interés por mí e incluso me presentó a un joven patricio con el que rápidamente me casé. Quizá sea una coincidencia pero mi marido se parece mucho al joven que fue mi padre, en genio y en figura.  A escondidas continúa el incesto, aunque ahora mi esposo lo sabe o lo intuye.

El día en el que Marco nos vio acababa de estar con él y ya me preparaba para irme a mi casa. Entonces recuperó fuerzas y fue hasta mí para tocarme. Bebió un poco de la leche de mis pechos hasta que apareció el esclavo. Yo me quedé de piedra pensando en que mi padre lo mataría a garrote limpio, pero más bien aquello lo excitó y me acarició con más ardor. Cuando Porcio salió, mi padre me llevó, a rastras, como me ha llevado por la vida, y me recostó sobre la cama. Eso nadie más lo sabe. Después de terminar me dio un beso largo y se fue contento. Yo también me vestí y me fui presta a mi casa, a ver a mis hijos y a mi esposo. Sería por los nervios o  por lo grandes que se han puesto mis senos a causa de la lactancia pero cuando mi marido me vio llegar también quiso acariciarme y tenerme, lo cual consentí.

Ahora se ha creado el rumor de que alimento a mi padre con mi leche porque le sirve para mantenerse joven, que me roba las fuerzas y la juventud. Me sorprende el giro que la voz popular le ha dado a este asunto. A partir del hecho, él ha estado más insistente en verme, en tenerme, y yo consiento. Poco a poco he llegado a ser así como él quería que fuera. ¿Está bien? ¿Está mal? Es difícil decirlo. Los hombres son difíciles de entender y de querer. A él nunca lo he entendido, pero a pesar de todo he llegado a quererlo. 

La historia de la rata

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Hay una rata viviendo en mi biblioteca. A través del espacio, si ausculto con interés los vientos de la noche, puedo sentirla. Su movimiento es inteligente, nunca cuasiestático o imprudente, inteligente más bien. No es una rata chica temerosa de los humanos o de los gatos, cohabita con ellos. Durante el día duerme debajo de un librero, en un espacio que ha acondicionado con papeles sin importancia, virutas de madera y hojas de libros. 
Mientras el día caluroso transcurre ella duerme alerta buscando a veces la oportunidad de salir e ir por la comida del gato, los huesecillos del perro, tal vez por el maíz de las gallinas o, si es muy atrevida, por los plátanos para los puercos. Vive en la biblioteca porque se ha dado cuenta de que es el lugar más tranquilo de la casa, nadie se para por ahí como no sea a verse en el espejo que colgué junto a la puerta, y ese acto de vanidad lo tienen mis hermanos una vez al día, casi siempre por la mañana mi hermana y por la noche mi hermano, el resto del tiempo es un lugar tranquilo. Afuera está la cocina, siempre con aceite, cáscaras, fideos, restos de carne, granos... para ella debe ser lo que para mí es el Walmart, un lugar excitante en el que está eso que necesito y consumo. 
Me pregunto cuánto tiempo le tomará devorar a los clásicos grecolatinos que me esperan desde hace años en los estantes superiores. Estoy seguro de que es capaz de terminarlos antes que yo. Con seguridad una de las esquinas, esa donde ella se oculta, está ahora humedecida por su orina. Además de los olores a madera y a polvo, a plástico y a tabaco que ya tienen mis libros, ahora, los que sobrevivan a esta catástrofe, tendrán también olor a orina de rata. Sus pelitos grises, sucios están ahí también, llenando de pulgas toda la sección de libros de arte, la de cocina y la Enciclopedia de México. 
Digo biblioteca no sólo por sonar interesante, sino porque me parece el nombre más adecuado. Es una biblioteca pequeña, pero biblioteca al fin. Pues bien, el problema mayor con que ella esté ahí adentro no tiene qué ver únicamente con su presencia, sino con la posibilidad, a priori de un medio, de que efectivamente sea rata y no ratón, y por lo tanto pueda, dentro de poco tiempo, tener una camada de unos ocho o diez ratoncitos. Leo en internet: "Una vez que empiezan los ciclos reproductivos, las camadas comienzan a sucederse una tras otra, escalonadamente, con una diferencia de tres o cuatro semanas aproximadamente, gracias a que las hembras de ratón son poliéstricas contínuas." Esto implica una potencial sucesión a la Fibonacci que pronto haría (¿hará?) rebosar mis estantes de ratones, ratitas y ratotas. 
Así como el señor Monsiváis tenía una biblioteca en serio llena de gatos, yo también tengo la mía, que pronto estará, cómo no, llena de ratas. Ratas. El nombre genérico es el que ha usado siempre mi madre para esos animalitos. Para ella todos son ratas, al extremo de que no recuerdo haberla escuchado nunca usando la palabra "ratón". Por lo mismo esta palabra, como muchas de las que mi madre no usa, me suenan frías, lejanas, pretenciosas. "Ratón" casi siempre la escucho matizada por una aposición que vuelve familiar al roedor: "ratón vaquero", "ratón Mickey", "ratón del campo" o, nunca mejor dicho, "ratón de biblioteca"; en cambio "rata" invoca para mí a ese animal que roe el maíz, la madera, los botes de plástico y sale corriendo cada que ve a un humano para meterse en los hoyos más infectos e insalubres. Pues esta diferencia entre las bibliotecas de Monsiváis y mía, entre el mus y el felino es la misma que hay, creo, entre los escritos de don Carlos y los míos. 
Si tan sólo la rata hubiera acabado con la libreta donde tengo escritas y comentadas mis partidas de ajedrez. Pero estoy seguro de que esas no las ha tocado, como tampoco mi colección de dibujos o las fotos de mis viajes. Ella se tiene qué ensañar con lo valioso, con los libros de Proust, con los de Joseph Campbell... que no haya leído ninguno no le da derecho a roerlos. ¡Malvada! déjame aunque sea unas páginas. 
Anoche pude sentir, a través de las montañas cómo salía y corría desesperada de librero en librero hasta alcanzar la ventana. Los ratones cuando se desplazan lo hacen moviendo muchas veces por minuto esas patitas que sostienen su cuerpo desproporcionado. Cruzó por la ventana y bajó corriendo hasta la puerta de la cocina. Atrás del refrigerador encontró refugio. También agua porque el sistema de enfriamiento no funciona bien y se hacen hielitos a lo largo de la tubería de cobre que conduce los enfriadores. A esa hora Mishi salió a buscar aventuras en el patio aferrándose a una esencia felina que ya no le pertenece. Mishi lleva una vida plácida durmiendo todo el día, comiendo en exceso y sin ningún tipo de deseo sexual porque un veterinario lo capó. Lo que menos le preocupa es la presencia de una rata en la biblioteca, si por él fuera dormiría acolchado sobre el cuerpo peludo de ella. Además, con el tamaño de este roedor, no sería sorprendente que lo atacara un día si se cruzan por ahí en alguna puerta. Así que mientras Mishi juega haciendo desfiguros en el aire para atrapar chicharras, la rata domina por completo esa parte de la casa que va de la cocina a la biblioteca y de regreso; ahí tiene comida y refugio, nada más le falta encontrar una pareja para reproducirse y convertir la situación en una pesadilla.

Pollo frito

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Veo a través de los cristales de la cocina la llegada de un negro sucio acompañado de una mujer muy guapa. En realidad no se trata de un negro, de negro sólo tiene el color; es un chaparro mofletudo que manotea mientras habla con la chica. Debe ser mexicano. La miro a ella mientras saco las dos rejas de pollo que están en el aceite. Las dejo escurriendo y pongo otras en lo que aprovecho para cargar las siguientes piezas empanizadas. Soy un eslabón de la cadena de producción de esta tienda de comida rápida especializada en pollo frito, y no el eslabón más débil, por cierto, ese puesto le corresponde a los novatos. Siempre hay novatos, ahora es Marisol, la cajera. Si en la tienda hay filas interminables se deben todas a ella, siempre a ella. La pareja ya hizo su pedido y espera un poco. La mujer, alta, blanca y de cabello claro sin llegar a ser rubio, sonríe y asiente de vez en cuando. Hasta mí llegan algunas palabras, "serie", "súper interesante", "genial". Parece que el negro está hablando de Netflix, como si a las mujeres les gustara que les hablen de series. A las mujeres no les gusta que les hablen, ellas prefieren hablar. Saco del aceite las piezas ya fritas y las dejo escurriendo mientras pongo las siguientes, después lleno las rejas vacías con más piezas. Es un trabajo de todo el día en el que se calientan las manos y quedo oliendo a pollo frito por cada parte del cuerpo, en especial la cara y el pelo. De vez en cuando tengo qué agregar más aceite, cambiarlo cuando humea, se pone negro y se llena de restos de pan crujiente carbonizado. Levanto la mirada y el gordo ha llenado sus cachetes con un trago gigante de Pepsi. Marisol pregunta por milésima vez en el día al milésimo cliente que si quiere extra queso en las papas o refresco gigante por tres dólares más.
Soy flaco y pecoso, y por norma no como nunca de este pollo de venas reventadas y carne amoratada que nos traen en las bolsas todos los días. Estoy aquí porque no tengo de otra. Si fuera más afortunado, más alto, más guapo, más inteligente y más rico, no estaría aquí. La chica que acompaña al negro mexicano es muy guapa; viste una blusa color crema y un pantalón de mezclilla roto en las rodillas que deja ver una piel clara de tonos rojizos. Me pregunto qué hace ella con el gordo negro mexicano mofletudo. Siento un odio creciente hacia él y saco mi pistola imaginaria mientras me acerco a su mesa. No tiene tiempo de advertir que lo voy a matar en medio del trajín que nos rodea. Alcanzo a escuchar todavía un "te va a encantar..." ¡Pum! ¡Pum!¡Pum! suenan diez ¡Pum! porque le vacío todas las balas de mi Pietro Beretta. El gordo desaparece y sólo queda la chica. Me acerco a ella y le pregunto que si quiere ir a otro lado donde vendan comida buena, comida española, peruana o italiana y no estas porquerías dignas del negro al que acabo de matar. Ella me sonríe y accede, "Me gusta la comida española, vamos a por ella", dice de manera coqueta. La tomo de la mano y caminamos por la banqueta llena de árboles hasta un lugar en el centro. Entramos a un salón español y elegimos una mesa en el jardín. Es casi el fin de la primavera y algunos árboles conservan flores. Ordenamos mientras ella me cuenta que tiene mucho trabajo qué hacer para su máster en negocios. Yo la escucho con atención y le sugiero presentar como proyecto un modelo basado en la comida, concretamente una cadena de restaurantes especializados en el pollo frito. La mano de obra es baratísima, le digo, y las ganancias enormes.

De las bacterias al hombre: la evolución

La mayoría de las personas no puede cuestionarse la naturaleza y el funcionamiento del mundo alrededor por cada paso que da, se tiene que limitar a aceptar y entender, además de tratar de predecir de manera empírica el mundo que lo rodea. Esto no es de ninguna manera censurable. La toma de conciencia en el humano es lenta y progresiva, al recién nacido sólo le importa el calor y los nutrientes que le proporciona la madre y casi nada más; ningún recién nacido hambriento se pregunta por qué existe la leche materna, por qué es blanca, por qué es líquida, por qué los reptiles no amamantan a sus crías... Desde el nacimiento hasta la muerte la vida nos envuelve en una dinámica en la que casi todo nuestro tiempo y atención se concentran en la búsqueda de alimentos, pareja, cuidado nuestro y de nuestros familiares, etcétera. Por eso es muy poco agradable cuando en medio de ese trajín cotidiano uno se da cuenta de una gran verdad y la expresa sólo para recibir, con un poco de indiferencia o censura de parte de los demás, comentarios del tipo, "Eso es bastante obvio" o "¡Claro! ¿De verdad no te habías dado cuenta?"
"A los quince años descubrí que existe una clara homología entre las extremidades de los caballos y las nuestras". Desconozco lo que le habrían dicho a Daniel Piñero algunos de mis compañeros de la escuela que ya supieran, no porque ellos lo descubrieron sino porque lo habían recibido de otros y lo aceptaron casi sin cuestionar este hecho: la mejor explicación a por qué los mamíferos tienen cuatro extremidades partiendo del tronco y cinco dedos partiendo de cada extremidad es que toda la clase, incluidos los humanos, descienden de un ancestro común. No está de más decir que una afirmación de este tipo se le escapó al mismo Aristóteles y que, hasta donde he podido rastrearlo, aparece como idea bien plantada por el abuelo de Charles Darwin, Erasmus Darwin, que llevó la idea hasta conjeturar un antepasado común a todos los seres vivos llamado hoy con el pegajoso nombre de LUCA.
Me ha gustado mucho el estilo sencillo y directo en el que está escrito el libro de Piñero y la información que da acerca de la historia de la vida en la tierra.
El libro está dividido en cuatro partes que explican la teoría de la evolución. No puedo decir que soy una persona con una gran capacidad de observación y deducción, pero después de leer el libro, puedo pensar que algunas ideas podía barruntarlas a partir de cosas que hacía mi abuelo. Puedo decir que de la convivencia con él yo en realidad conocía algunas pequeñas lecciones de evolución, así que esperando que la comparación no ofenda a Daniel Piñero, contrastaré algunas ideas suyas con experiencias que viví con mi abuelo.

1 ¿Cómo sabemos que ha habido evolución biológica? Las especies del pasado y las actuales no son las mismas
Dejando de lado el origen de la vida, explicar por qué existen tantas y tan variadas especies es el problema al que se enfrentó la teoría de la evolución y es el tema del libro De las bacterias al hombre: la evolución.
El ejemplo de Daniel Piñero: Células dentro de células. Al principio de la vida en la tierra, las formas eran simples, consistían en células sin núcleo (llamadas procariotas). Las células que conforman a los seres humanos tienen unidades diferenciadas y especializadas, como las mitocondrias que tienen su propio ADN y sintetizan proteínas, o como los núcleos. Se ha propuesto que la manera en la que se formaron estas células diferenciadas y especializadas (llamadas eucariotas) fue mediante la invasión de una célula a otra, que terminó siendo su hospedera. En las plantas, los cloropastos parecen tener el mismo origen simbiótico. La unión de células distintas dio como resultado una célula que a la postre resultó más apta para formar organismos multicelulares.
Hay también un pasaje particularmente divertido, en la que se narra el intento humano de fusionar dos especies vegetales para producir un híbrido entre la col y el rábano y así obtener una planta cuyas raíces fueran de rábano y cuyas hojas fueran de col: se produjo lo contrario, una planta con raíces de col y hojas de rábano.
El ejemplo tomado de la convivencia con mi abuelo: La selección del maíz. Entre las cosas que mi abuelo sabía, estaba sembrar maíz. Para sembrar el maíz seleccionaba las mazorcas más grandes y con granos más abundantes. Muchas veces lo vi y lo ayudé en la selección, y cuando le pregunté por qué la hacía me contestó algo que para él era una verdad evidente y para mí no: así se aseguraba una buena cosecha. En realidad repetía un método que, en parte por experiencia y en parte por herencia cultural, sabía exitoso; algo que tanto su papá como su abuelo y muchos de sus ascendientes habían hecho antes. Hoy se sabe que ese proceso antiquísimo fue el que dio origen al maíz moderno a partir del teocintle, un maíz primigenio tan chico que la mazorca más bien parecía una espiga de sorgo. Aquí no se puede hablar de selección natural porque aparece claramente la mano del hombre como elemento discriminador, pero me parece que ilustra bien esta primera parte del libro. En la actualidad el teocintle está prácticamente extinto, mientras que el maíz moderno no existía hace 10,000 años.

2 Las especies están adaptadas al lugar donde viven
En De las bacterias al hombre: la evolución, se dice que asociamos las ballenas al mar, los pingüinos a la antártida y los nopales a las regiones secas y semiáridas. ¿Por qué no hay nopales en el polo norte o iguanas habitando la cima del monte Everest? Para una respuesta completa, hay que leer el libro, pero también aquí puedo mencionar dos situaciones.
El ejemplo de Daniel Piñero: La historia de la palomilla. Este caso es muy claro porque el cambio depende de una sola característica, el color de la especie. A principios de la revolución industrial, en Inglaterra había dos tipos de palomillas, unas blancas y otras negras. Estas palomillas se posaban sobre la corteza de árboles en las zonas urbanas y tenían un depredador, digamos, un ave. Antes de la revolución industrial, la corteza de los árboles era de color claro, lo cual resultaba en que las palomillas de color blanco se camuflaban bien y las de color negro resaltaban. Como resultado de esto, el depredador se alimentaba principalmente de palomillas negras y estas escaseaban, en tanto que abundaban las blancas. Después de la revolución industrial, el color de la corteza de los árboles cambió a negro debido a la la polución, y los papeles se invirtieron, ahora las palomillas blancas contrastaban contra el fondo ennegrecido de las cortezas de los árboles y empezaron a ser el alimento principal del depredador.
El ejemplo tomado de la convivencia con mi abuelo: La selección del plátano. Además de maíz, mi abuelo sembraba plátano, en realidad los sembraba los dos al mismo tiempo (junto con calabaza, camote, frijol e incluso tabaco) y después de algunos meses se quedaba con el plátano. Él contaba que su familia había sembrado siempre una variedad de plátano llamada roatán, proveniente de una isla hondureña e introducido a México a finales del siglo XIX. El roatán produce un racimo grande en una mata muy alta y con mucho follaje, demasiado, tanto que en la temporada de huracanes casi todo se viene abajo y hay que esperar un año para que el platanar completo se recupere... para caerse otra vez con los próximos huracanes. Un par de malas temporadas puede arruinar a cualquiera, y en más de una ocasión hay que empezar de cero. Así que en algún momento en la región se empezó a introducir una variedad de plátano que da unos racimos un poco más chicos pero en una mata también más chica, a la que le llaman enano. El plátano enano resiste bastante bien los huracanes y la gente lo empezó a preferir, a tal grado que después de un tiempo toda la zona terminó sembrando plátano enano y el roatán desapareció. Aquí de nuevo no se trata completamente de selección natural, en la medida en la que consideramos al hombre como un elemento "externo" al ambiente, y sin embargo al final el resultado es el mismo que en el caso de las palomillas, entre individuos de una misma especie hay algunos que son más propicios a resistir el ambiente que otros.


3 La forma como las especies aparecen y desaparecen

Entre el 95 y el 99 % de las especies que han existido en la tierra están extintas ahora, nos dice Piñero en su libro, ¿cómo es que han desarecido todas ellas?
El ejemplo de Daniel Piñero: Un cambio abrupto en el ambiente. Una forma en la que una especie puede desaparecer consiste en volverse demasiado especializada. Hace 65 millones de años, los dinosaurios dominaban el paisaje, y llevaban alrededor de 200 millones de años de competencia evolutiva en un ciclo presa-depredador que los había convertido en animales enormes con puas en los costados, con colas dentadas y colmillos enormes... Y sin embargo, por lo mismo no superaron el choque de un meteorito con la tierra que alteró el ambiente. Como resultado del impacto, el los rayos del sol no llegaron a la tierra durante mucho tiempo, el suficiente para acabar con buena parte de la vegetación y desaparecer las bases de la cadena alimenticia en la que estaban imbuidos los dinosaurios. Sin embargo, en esa época había ya algunos mamíferos primitivos que pudieron sobrevivir al impacto en parte por su tamaño pequeño y por no requerir una cantidad grande de alimento al día.
El ejemplo tomado de la convivencia con mi abuelo: Vida y muerte de los borregos. Mi abuelo también tenía borregos, una raza llamada pelibuey, que es un borrego más bien con poca carne. Cuando yo era niño pensaba que mi abuelo debería de tener borregos grandes, como los sementales Suffolk que veía en la televisión. Nunca le pregunté por qué no tenía de esos, pero tuve la oportunidad de saber por qué no un día muy caluroso. El pelibuey no es una raza que sorprenda por su tamaño o porte, pero tiene una característica que la hace muy apta para habitar en zonas tropicales y subtropicales: no tiene lana, más bien tiene el cuerpo cubierto con pelos cortos, un poco más grandes y tupidos que los de un cerdo. Alguna vez una de las borregas pelibuey quedó preñada por un macho de raza lanuda y nacieron dos borregos, uno pelibuey y uno lanudo. A los pocos días del alumbramiento, en una mañana particularmente húmeda, la borrega salió con sus crias al patio, eran como las diez y había un calor muy agobiante. La cría lanuda murió de insolación. Si bien la muerte de un único ejemplar no basta para determinar el destino de una especie, sí puede ilustrar cómo a partir de cambios pequeños favorecidos por el ambiente, es posible que una especie "muera" para dar paso a otra.

4 Origen y evolución del hombre
El origen del hombre es, con mucho, el tópico más controvertido de la teoría de la evolución. Hay una frase muy difundida que se atribuye a una dama inglesa de la época victoriana: "Si es verdad que el hombre viene del mono, hay que evitar que eso se sepa". Las creencias de mi abuelo eran, en este caso, más parecidas a las de la dama de marras que a la de Piñero.
El ejemplo de Daniel Piñero: Los australopitecus pertenecieron a un género extinto de homínidos que está en la línea evolutiva del hombre moderno, eran bastante más pequeños que este (medían alrededor de 1.20 m y pesaban unos 40 kilos) y tenían un cerebro también más chico (de alrededor de 400 cm cúbicos). Este género existió desde hace unos cuatro millones de años hasta hace dos millones de años. El género homo, al que pertenece nuestra especie, surgió hace unos dos millones de años y los ejemplares con esa antigûedad que se han encontrado tienen unos 800 cm cúbicos de masa cerebral con un peso total de 40 kg, lo cual es el doble de la masa cerebral de los antiguos autralopitecus. Los miembros de la especie homo habilis, además, eran capaces ya de construir herramientas. En alrededor de dos millones de años hubo un incremento enorme del tamaño del cerebro en los ascendentes del hombre. Es interesante notar que el hombre actual tiene en promedio unos 1350 cm cúbicos de masa cerebral con un peso corporal de alrededor de 70kg. Visto desde el punto de vista Darwiniano, es posible concluir que un cerebro grande, en relación al peso total del cuerpo, es un elemento que ha dado una gran ventaja a los individuos que lo poseen, de la misma manera que lo es, para algunas palomillas, tener un color parecido al del ambiente en el que viven.
El ejemplo tomado de la convivencia con mi abuelo: Adán como hombre ideal. Con respecto a este punto mi abuelo no tenía dudas, él fue educado en una tradición cristiana y creía que el hombre fue creado por Dios como una réplica de sí mismo. Esto consiste en suponer la existencia de un hombre y una mujer absolutos contra los cuales todos debemos medirnos para resultar, siempre, defectuosos. Afortundamente la biblia no abunda en descripción física de Adán, pero es de suponer que no tenía ningún "defecto" de esos que tienen las personas que no se parecen a nosotros. Esta visión es la antítesis de la evolución explicada en De las bacterias al hombre, puesto que aquí no hay un modelo absoluto hacia el cual los humanos tratan de llegar sino más bien todos los tipos humanos son válidos analizados en el contexto de las presiones ambientales a las que han estado expuestas las pasadas generaciones. Que los habitantes de ciertas regiones sean de piel oscura o clara tiene que ver principalmente con la cantidad de luz solar a la que están expuestos en un día típico; que algunos hombres sean más o menos corpulentos, entre otras cosas tiene que ver con su alimentación y en general con la disponibilidad de recursos de la zona en la que habitan, etcétera. La idea de un hombre platónico ideal, al igual que la de un perro ideal o cualquier otro molde de especie alguna es incompatible con la evolución Darwiniana. Daniel Piñero menciona muchos datos que los científicos han recolectado a lo largo del tiempo y que mi abuelo por el contexto cultural en el que vivió, no pudo conocer nunca, además de que es bastante más fácil y menos polémico analizar los cambios y el comportamiento de plantas y animales que los que sufrimos nosotros mismos.

Todo es obvio cuando nos explican cómo funciona, hasta el mecanismo de generación de especies nuevas a partir de especies anteriores por medio de la selección natural y las mutaciones como fuentes de cambio que resulten en ventajas adaptativas ante un medio cambiante. "No me gusta explicar mis métodos de deducción" -dijo Sherlock Holmes alguna vez- "cuando los explico la gente le resta méritos a mis deducciones". A posteriori el trabajo de Darwin nos parece simples deducciones lógicas concatenadas. Daniel Piñero, al escribir ejemplos tan claros de evolución en su libro, hace que uno quiera ir por el mundo explicando la existencia y la naturaleza de las especies con la teoría evolutiva como herramienta.

Cuatro minutos

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Yo soy Claudio y esta es la histora, más o menos, de cómo mi primo El chino pasó de ser el orgullo a la deshonra de la familia en cuatro minutos. Nació en el 2001 poquito después de que se cayeran las torres gemelas. Mi tía Rosita, que siempre ha sido argüendera y chismosa, se pasó los últimos días de su embarazo viendo por la televisión y con el Jesús en la boca lo que todos pensábamos que era el inicio del fin del mundo. ¡Pum! Un avión chocó contra la torre norte del WTC el once de septiembre y mi tía, ¡Ay, santísimo!, casi malpare frente a la televisión. ¡Pum! un segundo avión chocó en vivo contra la torre sur y mi tía, ¡Poder!, se nos estaba desvaneciendo en la sala. La tuvimos que arrastrar entre mis primitos y yo hacia la cama y con pañitos de alcohol la trajimos del letargo. ¿Que si mi tía tenía familiares en Nueva York? Para nada, lo más lejos que llegó la familia fueron las ciudades de Cancún y Playa del Cármen donde mal vivían lavando manteles. No, mi tía siempre fue así, bastante sentimental. Y esa sensibilidad la heredó mi primo El chino, tal vez por causa de aquellos váguidos del once de septiembre que lo dejaron sin oxígeno durante unos minutos.
El caso es que ya de chiquillo lloraba por todo, hasta cuando López Obrador perdió las elecciones del 2006 se soltó llorando junto a mi tía Rosita. Esos lloriqueos y su constitución enclenque le hicieron pensar a mi tío Reginaldo que El chino se estaba volviendo medio puto y pidió que lo dejaran de consentir, nada de que mi tía se durmiera con él o que jugara a la casita con sus hermanas. Le regaló un balón de futbol pero era tan malo que de la portería no pasó y más bien lo agarraban mis primos de recoge balones. Que mi primo Chucho tenía un balón botando en el área, ¡Pum!, lo pateaba con furia hasta el patio de los vecinos y allá iba El chino a buscarlo. Aquello del futbol no funcionó y a mi tío le cansó verlo fracasar. Así que le intentó con el box; lo sentaba con él a ver las funciones de los sábados por la noche. ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! arriba, abajo y volado, eso sí le gustaba a El chino. Márquez contra Barrera, Márquez contra Pacquiao, otra vez Márquez contra Pacquiao y otra y otra. Esos fueron buenos tiempos para hacerse boxeador. Pacquiao, El devorador de mexicanos era rapidísimo, incansable, disciplinado y cristiano. Así quería mi tío Reginaldo que fuera mi primo, y para eso lo empezó a llevar a un gimnasio en donde el pobre se veía más flaco y más jodido con los guantes de ocho onzas que le enjaretaban. Pesaban un chingo pero él seguía tirándole al costal. Eran golpecitos suaves, que apenas lo movían pero ahí estaba él con ganchitos y combinaciones a lo Finito López.
El día de su debut tenía diez años y fuimos todos a verlo en una pelea de exhibición a tres raunds. Se movía dando pasitos cortos más propios del baile que del viril deporte de los puños, pero no se cansaba nunca. Soltaba uno-dos y salía; arriba, abajo, ganchito al costado nomás pa ablandar al rival. En la esquina mi tío Reginaldo se desgañitaba gritando ¡Eso! ¡Eso! y mi tía Rosita se deshacía en llanto. Ganó más por empuje y por estilo que por haber conectado buenos golpes. Más bien su rival estuvo parado en el centro del ring tirando golpes a lo pendejo que pasaban siempre a un metro de El chino que se había salido del terreno en corto antes de que su rival moviera el puño. Uno-dos, ¡Pum! ¡Pum! ¡Arriba El chino! Lo empezamos a respetar al fin.
La atención de mi tío se centró en ese, el hijo último, más que en Chucho y Salatiel, esa pareja de raterillos y calaveras. Lo llevaba a correr por las mañanas sus religiosos cinco kilómetros a campo traviesa por las afueras del pueblo en medio de plantíos de cebada y hortalizas. Mi tío, muy huevón siempre, se calzó bien en el papel de entrenador y lo seguía, despacito, en la camioneta mientras escuchaba corridos de narcos. Después de sus cinco kilómetros, El chino se bañaba y se iba a la escuela hasta la una de la tarde. De dos a cuatro hacía las tareas y para las cinco ya estaba montado en la F-150, mi tío orgulloso al volante, para irse al gimnasio. Trotaba, saltaba la cuerda, golpeaba la gobernadora y remataba con cinco raunds en el ring, siempre contra rivales más grandes y más pesados, y a todos les surtía con su estilo chingaquedito. Lo importante siempre es el estilo, decía el entrenador, no te despatarres por tirar un golpe fuerte. Mis primos y yo fuimos a varias peleas de El chino, todas las ganaba. 
Tal vez fuera por esa vida disciplinada llena de escuela y deporte o porque no le gustaba convivir con nosotros (malas compañías donde las haya), pero lo cierto es que nunca le vimos reprobar una materia o ponerse una peda. Nada, el chamaco te hacía sentir pecador nada más con existir, pero como era bueno pa los putazos, ni quien le dijera nada.
El salto grande de verdad lo dio cuando compitió por el campeonato estatal de su categoría. Pelear en los pesos bajos en México no te garantiza triunfos, al contrario, en este país somos flacos, correosos, y hay montones de boxeadores buenos del minimosca al pluma. El rival de El chino era un moreno de músculos marcaditos y bastante fuelle que, váyase a saber si nomás por joderlo le decían El guapo cuando el tipo de verdad era feo.
Feo y marrullero; desde el primer raund empezó con abrazos y golpes bajos, pero por detrás. Sí, el pinche guapo no soltaba golpes a los riñones sino nalgadas suavecitas, acompasadas, rítmicas y El chino se sonrojaba con ese tamborileo. -Pinche puto -gritaba mi tío Reginaldo- con ganas de subirse él a partirle la madre al guapo. ¡Pero qué va! aparte de maricón, El guapo pegaba como patada de mula. Ya en el tercero El chino cargaba un corte en la ceja derecha venida de un volado limpio que le trabó el, nunca mejor dicho, manos largas guapo.
En el séptimo todos estábamos preocupados, porque esa sí que la perdía el primo, cuando después de un abrazo El guapo le acarició -sí, no les pegó ni los palpó, los acarició- los huevos. ¡Chingas a tu madre! -pensé. -¡Chinga a tu madre! -gritó el tío Reginaldo. El chino pasó de blanco a colorado y después a blanco otra vez. Mi tía Rosita paró de llorar y el réferi separó a la pareja con una advertencia para El guapo. ¡Chingada madre! Entonces sí que se enfureció El chino. Recto a la boca repetido como pistón, izquierda-derecha, seguido por un gancho al hígado y un uper que le levantó el mentón a El guapo y lo dejó, por un ratito, fuera de este mundo, un ratito nada más. Como en cámara lenta bajó los brazos, alzó la cara y puso los ojos en blanco. Ese fue el momento y ahí estaba la derecha limpia, sabrosa, plena de El chino que entró de lleno en la mandíbula y mandó como costal al maldito delincuente ese. Nada más caer el rival, El chino, siempre derecho, corrió a su esquina para esperar el conteo de rigor, pero sabíamos todos que era inútil, el hombre estaba K. O.
Quizá por pena con mi primo o porque él mismo no mencionó nada, nadie trajo a cuenta el asunto de los manoseos en el ring. Celebramos con cervecitas y coca-colas y aplaudimos todos. El chino, con corte en la ceja y enojado todavía, ya era premio estatal de la juventud, se lo había prometido el gobernador, y venía la profesionalzación.
Llevaba ya El chino diez peleas en lo profesional cuando tocó aquella contra El basuras Vilanova. El box repele a los niñitos bien y atrae a muchachos de barrio, humildes, eso es bien sabido; pero el pinche basuras de plano le exageró. Era, cuando más chamaco, un recogedor de basura en Chimalhuacán, ya ven que esa es la actividad de todo el pueblo, y para no olvidarlo se había puesto ese apodo infame y su jefecita llevaba una campana de camión de la basura a todas sus peleas. Chingada madre ¡cómo hacía ruido con ella! Pero hay que decirlo, El basuras Vilanova no era un hombre feo. Era prieto, sí, tirándole más bien a negro, pero de negro también tenía el cuerpo, alto, musculoso, de espalda ancha que hasta se le marcaba el trapecio cuando tensaba el torso. Su cara también era fuerte, de boxeador, mandíbula cuadrada y barba como de tres días.
La pelea se pactó a once raunds en el superpluma, que era un poco arriba del óptimo para El chino. Todo bien con la pelea hasta que se hizo la ceremonia del pesaje -el chino tuvo que comerse unas barras de proteína y El basuras Vilanova tuvo que mear sangre y pesarse desnudo- y el careo entre los peleadores.
Mi tío Reginaldo, mi tía Rosita y mi primo El chino estaban de un lado y El basuras Vilanova con su santa madre y la campana por el otro. ¡Adelante! -dijo el promotor- y los boxeadores dieron un paso al frente. Esa ceremonia se hace siempre para picar a los gallos, para que se odien con ganas y se trencen ahí mismo si fuera posible. El chino y El basuras pusieron la más aguerrida de sus caras y se acercaron mucho, tanto que podían sentir la respiración el uno del otro. Había fuego saliendo de los ojos de El chino y cuchillos de los de El basuras. Llovieron flashes, se hizo el silencio. El ambiente se tensó; si no los separaban tal vez se armaban los mazapanazos ahí mismo. Pero no, no los separaron. Faltaba el reportero de Televisa, también el de Cadena Tres. Estaban ahí, pero los pendejos no habían preparado nada. Que si un cable faltaba, que la lente de la cámara no era la buena.
Mientras tanto el tiempo pasaba y las miradas de los guerreros había pasado de fijarse en la pupila del adversario a recorrer las formas del rostro. Unas cejas marcadas, una venita alterada en la sien. Mi primo empezó a tragar saliva. Los ojos de El basuras ya no estaban tan abiertos y parecían más bien ausentes. Era un negro con los ojos claros, enmarcados en en una globos oculares muy blancos, sin arterias o carnosidades. Su nariz era ancha, pero no tanto como para parecer africano. Las respiraciones se hicieron pausadas, calientitas, cercanas. Mi primo contenía una sonrisa y El basuras lo miraba ya no con odio sino con cariño. Era inevitable lo que siguió, mi primo no se pudo contener ante el negro que tenía enfrente y estiró la mano para acariciarle el pómulo. Mi tío Reginaldo abrió la boca, se ve en los videos, y mi tía Rosita empezó a llorar. Entonces El basuras correspondió con otra caricia, se acercó a El chino y lo besó. ¡Chingada madre! ¡Pum! mi tío Reginaldo reacciona y le suelta un putazo a su hijo. ¡Pum! Mi tía Rosita se desamaya. ¡Tan! La mamá de El basuras le suelta un campanazo a mi tío que le hace sentir el sabor metálico de la sangre entre sus dientes y él se lleva la mano a la boca conteniendo las lágrimas y sintiendo con dolor cómo se rompe, junto a sus incisivos centrales, su hombría incólume por 50 años. Los reporteros, grabando ahora sí, piden a coro: ¡Beso! ¡Beso! y El chino y El basuras empiezan el primer raound de su pelea más difícil y más importante y entienden ahí mismo que el amor es una batalla como las de antes, esas que no terminan hasta que uno de los dos cae, extenuado, a los pies del otro.
El chino y El basuras se casaron ya. Aprovecharon la ley de matrimonio igualitario en la Ciudad de México. El tío Reginaldo no los va a perdonar nunca, el asunto se volvió noticia internacional y a él se le quitaron las ganas de vivir. Mi tía Rosita siguie llore y llore por sus hijos, Chucho y Salatiel están en la cárcel, y yo no dejo de pensar que todo fue por no separarlos antes, por dejar pasar pinches cuatro minutos.

Ingreso básico

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Ingreso básico
Una mañana de junio de 2..., la señorita V entró a su laboratorio con una taza de café en la mano y un periódico en la otra. Había una foto del capitolio en primera plana y, en la esquina, un solecito se asomaba detrás de unas nubes. La señorita V no era propiamente una astrofísica, su tarea en el laboratorio consistía en vigilar los parámetros que se medían en algunas regiones estelares señaladas de antemano por el comité de científicos del observatorio. Ella desconocía los detalles pero tenía un ojo entrenado y muchos programas de computadora que la hacían saltar a veces ante las variaciones anormales en sus monitores. Dejó el periódico sobre la mesa y apuró un trago de café cuando un par de parámetros llamaron su atención. En unos comparativas entre datos correspondientes a mayo y las actuales de junio, en una estrella en particular, correspondientes a la región KOI-4878, algo parecía estar yendo muy aprisa. Hasta mayo, y desde hacía meses, la estrella tenía el comportamiento típico de un sistema binario: giraba a tirones alrededor de un punto ligeramente fuera de su centro de masa, señal de que había un planeta interno muy cerca. En las mediciones actuales, la estrella giraba libremente alrededor de su centro de masa, como si el planeta hubiera desaparecido. El otro asunto extraño con la estrella tenía que ver con su brillo; este había permanecido fijo, como era de esperar, y de pronto ahora se había reducido entre un 30 y un 35%. La señorita V no lo supo en aquel momento, pero había detectado la primera construcción, en cuestión de un mes terrestre, de un anillo de Dyson, tan común, como se ha visto, en las civilizaciones tipo II en la escala de Kardashov a las que no les basta la luz que obtienen de su estrella y ya han aumentado su ingreso básico.

Conviene tener un sitio a dónde ir
La nave parecía una cascarita de nuez perdida en medio del mar. Si sus tripulantes hubieran estado despiertos, habrían sentido miedo al contemplar la noche prolongada en la que se encontraban. A ambos lados de la nave brillaban las luces chorreadas, distantes de las galaxias más cercanas. Hacía varios años que los viajantes languidecían en sus cápsulas, los mismos que tenía la nave sin establecer comunicación. La nave había sido programada para enviar mensajes constantemente y despertar a la tripulación en el momento de recibir una respuesta, pero con la estrella más cercana a 50 años luz, los hombres bien podrían estar muertos y nada cambiaría. La computadora maestra era incapaz de ser pesimista y en el pasado, después de sopesar algunos parámetros, consideró que su mejor alternativa era dirigirse a una estrella joven próxima para orbitarla algunas veces e impulsarse en la dirección correcta. El plan era adecuado, si no fuera porque los humanos a bordo no estaría vivos cuando se realizara. Al menos se podrían recatar sus cuerpos. Los mensajes SOS eran enviados cada vez más espaciados en el tiempo para evitar una pérdida casi injustificada de energía. La computadora también se hubiera puesto a dormir si aquello le estuviera permitido, pero su autonomía le estaba reservada para momentos de catástrofe evidente con la única condición de poner siempre, y hasta el último momento, la vida y la seguridad de los humanos a bordo como una prioridad. Si esa estrella no estuviera "ahí", entonces sí que podría tomar por completo el control. La máquina desapareció los parámetros que indicaban la presencia de la estrella sólo para permitirse saber qué haría en tal caso. Después de unos segundos, de regreso a la realidad, sintió alivio al tener un sitio a donde ir.

El amor es eterno, viaja, se transforma, pero siempre vuelve
Quieres llegar a la próxima isla. Cualquier cosa menos permanecer aquí, es peligroso. Muchos ya han cruzado y te saludan, amables, desde la otra orilla; todo está bien allá, te invitan a seguirlos. Tú quieres hacerlo pero ¿cómo? Necesitas un barco. Muchos ya han partido pero hay algunos. Hace apenas un suspiro te ofrecieron subir a uno pero lo rechazaste. No se trata sólo de llegar. Algunos te dejan en lugares bastante más propicios para tomar el siguiente. Quieres pasar pero hacerlo bien. Buscas con atención. Desde luego hay buenos botes, siempre los hay, el problema es que tú no estás en condición de abordar uno, son muy caros o ya están reservados. Podrías intentar un viaje de polizón pero es muy riesgoso y no es lo que buscas. No, tú quieres viajar sobre cubierta, disfrutar el viaje. Encuentras uno que te interesa, parece muy bueno, con bastante combustible, buen diseño y especial para surcar esas aguas desconocidas a las que te vas a enfrentar. Intentas negociar pero obtienes una negativa; insistes, ofreces un buen pago por el transporte, prometes más, incluso cosas que no tienes. Piensas que estando en el trayecto ya no habrá ningún problema con que se descubra que eres un mentiroso. Pero no, parece que hay otras personas interesadas en abordar y en realidad estás metido, sin querer, en una subasta. Te retiras, aquello no va contigo. Piensas en tus amigos y familiares, todos ya del otro lado. Te apuran para que decidas. "Aborda ese, tan grande, tan desocupado, es un milagro que aún no esté navegando." No, tú crees que puedes acceder a algo mejor. Descansas, te das una pausa en la búsqueda. Algunos de tus compañeros ya están incluso dos islas más adelante. ¡Dos islas! Tratas de consolarte diciendo que han elegido mal, pero la desesperación te gana y eliges un barco, el más cercano, uno que, no sabes por qué, no habías visto. Es tan bueno. Confiado inicias el viaje, sin saberlo, en la peor de las opciones.

La importancia de llamarse Ernesto

La obra de teatro más famosa de Oscar Wilde empieza a tener sentido cuando uno se entera de su título en inglés: The importance of being earnest, que puede traducirse más o menos como La importancia de ser formal, pero teniendo siempre en cuenta el juego de palabras entre el adjetivo earnest y el nombre propio Ernest. Es difícil encontrar una traducción española que refleje esa ambigüedad; tal vez si en lugar de Ernesto se usara el nombre Pánfilo, que funciona también como adjetivo con el significado de ingenuo, aunque eso sería escribir una obra distinta.
A lo largo de la trama un par de personajes muy parecidos juega con la idea de llamarse Ernesto porque las mujeres a las que aman están convencidas de que alguien con ese nombre necesariamente tiene que tener atributos nobles.
La postura de las enamoradas queda descrita en el siguiente pasaje:
WORTHING -...Juan es un nombre precioso.
GÜENDOLIN - ¿Juan? No, no existe nada de musicalidad en el nombre de Juan, absolutamente nada. No emociona, no produce ninguna vibración... he conocido varios Juanes y todos ellos, sin excepción, eran vulgares. Siento lástima por toda mujer que se casa con un Juan. Tendrá que arrastrar con él una vida incolora. Probablemente nunca le será permitido el profundo placer de un momento de soledad. El único nombre que da confianza es Ernesto.
Aunque de entrada uno puede pensar que un nombre no marca diferencia en el objeto que designa, y sin más se me ocurren un par de ejemplos literarios: "¿Qué importa la palabra que me nombra si es indiviso y uno el anatema?" (Borges) y "¿Qué hay en un nombre? Eso que llamamos rosa tendría el mismo aroma si la llamáramos de cualquier otra forma" (Shakespeare), el asunto es más complicado y tan viejo como el Critón de Platón.
Hay experimentos descritos por sicólogos como Vilayanur Ramachandran que sugieren que los nombres con consonantes labiales van más con objetos redondos que con objetos puntiagudos, que los chiles son más picantes en un plato cuadrado y que tal vez el olor de la rosa sí depende de la palabra que la nombra.
Curiosamente los casos de Borges y Shakespeare vienen a cuento más allá de las frases citadas. A finales del siglo pasado, una revista francesa publicó la noticia de que Jorge Luis Borges no existía y en realidad la obra publicada en su nombre era colectiva, en tanto que el señor que daba las entrevistas era un actor italiano que se había quedado atrapado en el personaje. Por otro lado es sabido que desde el siglo XVIII se duda de la existencia de William Shakespeare y se dice de él lo mismo que dijeron los franceses de Borges, que la obra es colectiva, o que hay otro personaje detrás de él. Si alguien condenado al anonimato, pensemos en Christopher Marlowe oculto después de haber fingido su muerte, hubiera en efecto escrito la obra Shakespeareana, el pasaje citado arriba, tomado de Romeo y Julieta, tendría un sentido revelador.
Más allá de la cuestión de los nombres, que es su tema fundamental, La importancia de llamarse Ernesto está llena de referencias sarcásticas:
WORTHING - Su madre es insoportable, nunca conocí nada más semejante a una gorgona..., la verdad no sé muy bien cómo son las gorgonas; pero no me cabe duda de que Lady Bracknell es una de ellas. De todos modos, es una especie de monstruo, sin ser un mito; lo que además me parece fatal... Perdóname, Archi, creo que no debería expresarme así de tu tía delante de ti.
ARCHIBALDO -Querido, me encanta oír insultar a mis parientes. Es lo único que puede hacer que me ponga de su parte.
Y que lance la primera piedra aquel que no detesta a sus parientes hasta que alguien empieza a hablar mal de ellos.
La pieza tiene un sabor burgués, sus personajes no trabajan, no sufren por dinero y todo el tiempo son incisivos y mordaces con sus comentarios; se trata de una sátira sobre cierta clase social de la Inglaterra de finales del siglo XIX, justo la época en la que el imperio tocaba techo y empezaba a dejarle el sitio a Alemania como el país más industrializado del mundo. Un libro que condena a esa aristocracia rancia que llevaba en sí plantada ya la semilla de la decadencia.

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