No intentó Riszard Kapuscinski comerse de un bocado a la Unión Soviética en este libro, para eso haría falta un personaje salido tal vez de la imaginación de Borges, o Kafka. En cambio hizo lo que cualquier ser humano humilde habría hecho en su lugar, ir tomando probaditas de varias partes y presentarlas así, sin ningún intento de coherencia. Nadie pudo conocer nunca a la URSS. Mis primeros encuentros con El Imperio se los debo a Gabriel García Márquez y a Stefan Zweig, ambos viajaron a territorio soviético durante su juventud y ambos quedaron sorprendidos por esa disposición de los hombres rusos a aceptar el sufrimiento como una parte inevitable de la vida. Los europeos occidentales que caían en un gulag, cuenta Kapuscinski, protestaban y daban explicaciones, se resistían a la injusticia; los soviéticos, en cambio, iban como los corderos van al matadero, con la idea de que la vida era así y cualquier intento de cambiar las cosas solamente iba a empeorarlas. García Márquez dice que a ...