En El Mundo Y Sus Demonios, Carl Sagan narra una situación memorable: suponga que llego desesperado a su casa y le digo con voz entrecortada que en mi garaje hay un dragón. Sin duda usted dejaría de lado sus actividades e iría corriendo a buscar la explicación de tan loca aseveración por parte de su vecino, al que hasta ahora tiene por un tipo normal. Llegando al garaje usted pregunta por el animal mitológico y yo vagamente señalo el interior, por ahí. Usted ve botellas vacías, una aspiradora vieja, el asador de carnes... pero ningún dragón. Ante su mirada extraña yo especifico, perdón, se me olvidó decir que el dragón es invisible. Difícil caso, pensaría usted, pero decide creerme y me propone cubrir el piso del garaje con harina, así podremos ver las huellas del dragón. Muy ingenioso, respondo, pero se me olvidó decirle que éste dragón vuela. Más extrañado aún usted propone rociar pintura en aerosol para poder verlo. Lo siento, replico, pero mi dragón es incorpóreo. Lle...