Bertha Krupp y el viaje a la luna

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Ubicada en Renania, en el este de Alemania, se encuentra la ciudad de Essen, famosa hasta el día de hoy por ser un gran centro metalúrgico y la cuna de la dinastía Krupp. Los Krupp han formado una industria que tiene una historia que abarca ya tres siglos. Incluso hoy es posible conseguir cafeteras con ese nombre como marca. En buena medida la ciudad ha estado atada a los vaivenes de éste apellido. La familia ha mantenido siempre una relación muy buena con los gobiernos alemanes y fueron proveedores de las armas con las que, en la primera mitad del siglo XX, los germanos trataron de ganar territorios en el centro de Europa. A principios del siglo XX la dueña de ese imperio industrial era Bertha, la hija bastante rolliza de Alfred Krupp. Ella tenía todo lo que se podía comprar con dinero en ese tiempo: joyas y ropa, casas y coches y un marido honesto. Se podía decir que Bertha era feliz. Con la especie de Guerra Fría que se había establecido en Europa a partir de la muerte de Bismarck, todo el continente se estaba armando y sus cuentas bancarias estaban creciendo rápidamente. La maquinaria de guerra trabajaba a toda marcha. Como parte de ese fortalecimiento militar y en previsión de una muy posible guerra con Francia y sus aliados, el Kaiser Guillermo II encargó a los Krupp la construcción de un cañón de largo alcance. Una pieza de artillería tan grande y pesada (43 toneladas ) como nunca se había visto hasta entonces. La forma en que ese cañón adquirió su nombre no está clara. Aunque oficialmente se le llamó cañón naval corto L/12, la maledicencia de la gente (presumiblemente los trabajadores de la planta en la que se fabricaba) se impuso: popular e históricamente se le ha conocido como Gran Bertha, en honor a la hija de Alfred (Günter Grass, en Mi Siglo, narra una versión fabulada un poco distinta).
Ahora bien ¿Por qué tanto cuento con los Krupp? Pues resulta que su dichoso cañón ilustra muy bien qué cosa es lo que hay que hacer para enviar una nave a la luna, a Marte o a cualquier otro lado en el espacio. Durante años se ha cuestionado, más bien con fines políticos y de malsano entretenimiento, el viaje de los estadounidenses a la luna. Los argumentos, bastante fantasiosos, han dado para programas de televisión, foros en internet y cadenas de correo electrónico:
1) Las estrellas no se ven en el fondo oscuro.
2) La bandera estadounidense ondea a pesar de que en la luna no hay viento.
3) ¿Por qué las sombras apuntan en direcciones distintas?
4) ¿Quién filmó el alunizaje? (Hay quienes sugieren que todo fue un montaje grabado por el cineasta Stanley Kubrick).
A esos puntos se puede añadir un larguísimo etcétera que más bien es fastidioso. Lo fundamental de estos argumentos es que el viaje a la luna ha sido la mayor tomada de pelo de la historia.
Hay cierto punto a favor de quienes así piensan. No es posible creerle todo al gobierno, so pena de sufrir graves consecuencias. La Guerra Fría fue una época en la que las apariencias importaban más que los hechos, y muchos crímenes ocurrieron debido a engaños de los gobiernos implicados; lo malo es que muchas de las personas que dudan de la veracidad del viaje a la luna en el 69, también juran a los cuatro vientos que en el 47 una nave extraterrestre se estrelló en Nuevo México y que el gobierno de Harry Truman los escondió en bases militares en donde aún languidecen, o que las pirámides de Egipto y Mesoamérica fueron construídas por alienígenas. Todo se resume a no creer nada ortodoxo.
Desconozco los detalles técnicos que la NASA, con razón, debe o debió ocultar respecto al viaje a la luna, si bien la ciencia pura no puede ocultarse y los avances tecnológicos tampoco, como quedó comprobado con la aparición de armas nucleares en la URSS justo después de Hiroshima y Nagasaki. Pero a pesar de desconocer los detalles puedo asegurar que ir a la luna no es tan difícil. Conceptualmente, por lo menos, no lo es. La física que explica ese viaje de fantasía fue desarrollada por Isaac Newton en el siglo XVII y a ello debe el inglés buena parte de su fama.
Usando la ley de la Gravitación Universal es posible demostrar, sólo con manipular un poco las ecuaciones diferenciales y sustituir datos, que la velocidad inicial que debe llevar un objeto para alcanzar el punto de gravedad cero entre la tierra y la luna, despreciando la presencia de otros cuerpos celestes, es de aproximadamente 6.9 millas/seg (11.10 km/s), en tanto que la "velocidad de escape" de la tierra, es decir, la velocidad inicial que debe llevar un objeto para alcanzar una velocidad final de cero a una distancia infinita de la tierra, es de 11.16 km/s, sólo un poco (1 %) más que la velocidad anterior. Estas velocidades no son algo imposible de lograr. El Gran Bertha de los Krupp alcanzaba velocidades de salida de 1 milla/segundo. Modernamente se utilizan cohetes por etapas con elementos químicos que reaccionan para dar impulso a la nave, el viaje es totalmente factible. Desde luego, el cohete debe girar y realizar correcciones en la dirección, se debe calcular la órbita teniendo en cuenta que la luna es un satélite con un periódo, ubicado a cierta distancia, se debe calcular el punto en el que ha de alunizar y, lo más complicado, se ha de hacer todo pensando en mantener vivos a los tripulantes, pero aunque sólo fuera lanzar una roca, es posible hacerlo.
Nadie nunca, hasta donde sé, ha dudado de que los soviéticos hayan podido poner en órbita alrededor de la tierra el primer satélite artificial (Sputnik I) en 1957, tampoco se ha cuestionado que hayan podido poner a orbitar al primer mamífero, la perrita Laika, en el Sputnik II. La física que explica éstos viajes es la misma que aplicaban los alemanes para determinar dónde caerían los proyectiles del Gran Bertha. Los soviéticos, con todo el espionaje que tenían a su servicio y con la altísima calidad de sus científicos y técnicos, nunca dijeron que la ida a la luna había sido un truco, aun cuando les hubiera convenido enormemente, con fines de propaganda política, dejar en ridículo a su adversario capitalista.
Si es tan fácil ir, ¿por qué no han regresado?, me custionó una vez un amigo. A la luna se ha ido 6 veces, siendo la última nave el Apolo 17, lanzado en diciembre de 1972. Pero la respuesta más sencilla a por qué no hay viajes con más frecuencia es que ir a la luna no es un buen negocio. No lo ha sido ni siquiera para la ciencia. El físico Freeman Dyson se queja amargamente de que el viaje a la luna fue hecho con fines puramente políticos. A nadie le interesó escoger el sitio en el que fuera más probable encontrar agua o rocas dignas de ser estudiadas, o siquiera recibir una opinión que no fuera con fines propagandísticos. El objetivo del Apollo 11 fue demostrarle al mundo que el capitalismo es mejor que el comunismo. Se puede cuestionar justamente los fines con los que se realizó el viaje, pero de ahí a calificarlo de fraude hay demasiada fantasía. Siguiendo por el camino que iban, y de no haber aparecido los avances tecnológicos en materia de propulsión producto de la Segunda Guerra Mundial, es probable que el día de hoy los Krupp estuvieran cañoneando a la luna con los nietos del Gran Bertha.

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