La importancia de llamarse Ernesto

La obra de teatro más famosa de Oscar Wilde empieza a tener sentido cuando uno se entera de su título en inglés: The importance of being earnest, que puede traducirse más o menos como La importancia de ser formal, pero teniendo siempre en cuenta el juego de palabras entre el adjetivo earnest y el nombre propio Ernest. Es difícil encontrar una traducción española que refleje esa ambigüedad; tal vez si en lugar de Ernesto se usara el nombre Pánfilo, que funciona también como adjetivo con el significado de ingenuo, aunque eso sería escribir una obra distinta.
A lo largo de la trama un par de personajes muy parecidos juega con la idea de llamarse Ernesto porque las mujeres a las que aman están convencidas de que alguien con ese nombre necesariamente tiene que tener atributos nobles.
La postura de las enamoradas queda descrita en el siguiente pasaje:
WORTHING -...Juan es un nombre precioso.
GÜENDOLIN - ¿Juan? No, no existe nada de musicalidad en el nombre de Juan, absolutamente nada. No emociona, no produce ninguna vibración... he conocido varios Juanes y todos ellos, sin excepción, eran vulgares. Siento lástima por toda mujer que se casa con un Juan. Tendrá que arrastrar con él una vida incolora. Probablemente nunca le será permitido el profundo placer de un momento de soledad. El único nombre que da confianza es Ernesto.
Aunque de entrada uno puede pensar que un nombre no marca diferencia en el objeto que designa, y sin más se me ocurren un par de ejemplos literarios: "¿Qué importa la palabra que me nombra si es indiviso y uno el anatema?" (Borges) y "¿Qué hay en un nombre? Eso que llamamos rosa tendría el mismo aroma si la llamáramos de cualquier otra forma" (Shakespeare), el asunto es más complicado y tan viejo como el Critón de Platón.
Hay experimentos descritos por sicólogos como Vilayanur Ramachandran que sugieren que los nombres con consonantes labiales van más con objetos redondos que con objetos puntiagudos, que los chiles son más picantes en un plato cuadrado y que tal vez el olor de la rosa sí depende de la palabra que la nombra.
Curiosamente los casos de Borges y Shakespeare vienen a cuento más allá de las frases citadas. A finales del siglo pasado, una revista francesa publicó la noticia de que Jorge Luis Borges no existía y en realidad la obra publicada en su nombre era colectiva, en tanto que el señor que daba las entrevistas era un actor italiano que se había quedado atrapado en el personaje. Por otro lado es sabido que desde el siglo XVIII se duda de la existencia de William Shakespeare y se dice de él lo mismo que dijeron los franceses de Borges, que la obra es colectiva, o que hay otro personaje detrás de él. Si alguien condenado al anonimato, pensemos en Christopher Marlowe oculto después de haber fingido su muerte, hubiera en efecto escrito la obra Shakespeareana, el pasaje citado arriba, tomado de Romeo y Julieta, tendría un sentido revelador.
Más allá de la cuestión de los nombres, que es su tema fundamental, La importancia de llamarse Ernesto está llena de referencias sarcásticas:
WORTHING - Su madre es insoportable, nunca conocí nada más semejante a una gorgona..., la verdad no sé muy bien cómo son las gorgonas; pero no me cabe duda de que Lady Bracknell es una de ellas. De todos modos, es una especie de monstruo, sin ser un mito; lo que además me parece fatal... Perdóname, Archi, creo que no debería expresarme así de tu tía delante de ti.
ARCHIBALDO -Querido, me encanta oír insultar a mis parientes. Es lo único que puede hacer que me ponga de su parte.
Y que lance la primera piedra aquel que no detesta a sus parientes hasta que alguien empieza a hablar mal de ellos.
La pieza tiene un sabor burgués, sus personajes no trabajan, no sufren por dinero y todo el tiempo son incisivos y mordaces con sus comentarios; se trata de una sátira sobre cierta clase social de la Inglaterra de finales del siglo XIX, justo la época en la que el imperio tocaba techo y empezaba a dejarle el sitio a Alemania como el país más industrializado del mundo. Un libro que condena a esa aristocracia rancia que llevaba en sí plantada ya la semilla de la decadencia.

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