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Cimón y Pero



 Cimón

A Pero la eduqué y la crié como lo hicieron conmigo, en la tradición romana influenciada positivamente por la cultura y tradiciones griegas, para vivir en un mundo interno rico y libre. Las ideas judías-cristianas han cambiado de fondo a la sociedad actual y la han hecho temerosa, sumisa y sin vida. Yo no quise que mi hija fuera parte de ella y creo que lo logré. Ese corrillo que circula de boca en boca en los baños y en las plazas es un escándalo completamente artificial. Me explico. 

Pero es una mujer hermosa, muy parecida a su madre, aunque debo decir que yo no soy un hombre feo. Mi hija es una mujer alta de ojos trigueños y cabellos como miel que le caen a la mitad de la cintura cuando deshace sus trenzas. Su piel es tierna y nerviosa como la de una gata bajo las caricias. Las redondeces de su cuerpo son dulces y las he disfrutado desde que ella era una adolescente. Y quizá lo mejor de ese cuerpo perfecto son sus pechos rotundos y suaves que hacen sentir tan cerca una de otra la vida y la muerte. 

Pues bien, Pero se casó hace cosa de un año con un romano auténtico al que aprecio y quiero como a mi brazo derecho. Este muchacho, mi yerno, la preñó casi de inmediato y me ha convertido en el abuelo de un par de niños sanos y rollizos que pronto serán la alegría de mi vida. Y como toda mujer lactante Pero ha crecido sus senos como dos lunas llenas simétricas y cálidas que de cuando en cuando me bañan con su luz. 

Eso fue lo que pasó, yo estaba bebiendo de la leche tibia que rezuman sus pezones después de que toda la tarde hicimos el amor con el deseo y bríos con los que lo hacemos siempre. Se había vestido ya, prenda por prenda y se acicalaba el cabello frente al espejo de bronce que tengo en mi habitación cuando no pude contenerme más y salté sobre ella como el león se lanza sobre la cierva. Ella, generosa, dejó que la besara y acariciara mientras trataba de ser indiferente. Entonces entró Marco Porcio, mi esclavo, traído de las regiones cristianas del imperio. Nos miró congelados durante un par de segundos y se fue apenado. Yo me reí, me quedé un rato más con mi hija y la despedí con un beso. Eso fue todo. ¿De verdad los cristianos se ofenden porque ella me ofreciera leche recién salida de sus tetas? Porcio soltó el chisme y ahora todo el mundo intenta censurarme. Lo que dirían si vieran lo que hacemos regularmente mi hija y yo. Quizá nos mandarían condenados a ese infierno terrible que se han inventado y con el cual chantajean a los ingenuos y a los miserables. Pero, mi yerno, yo y toda mi familia no nos arredramos ante los embates, somos de otra estirpe, de los últimos patricios romanos.

Hoy salgo orgulloso mientras paseo con mi hija por las calles, me gusta que nos vean, es necesario. El día llegará en el que las personas libres no podremos hacer lo que nos plazca por la amenaza de esas hordas inciviles que hoy sólo murmuran a nuestras espaldas pero que mañana, envalentonados por su número, intentarán violentarnos. Yo soy un hijo de Júpiter y a él emulo. He disfrutado de muchos hombres y mujeres como lo hacía él, y no me arrepiento, al contrario, revivo una y otra vez en mi mente todas esas faenas en las que mi ariete ha derribado muros y rasgado carnes con violencia. Soy de los últimos hombres libres y eso me llena de orgullo, por mí y por mi familia, pero me entristece por todo el pueblo romano que habrá de pagar, caro y pronto, esta mojigatería que nos invade. 


Pero

Él ha sido siempre un hombre que se impone, desde que tengo memoria me ha bastado con una mirada suya para obedecerlo, para hacer lo que desea. Ya desde entonces tuve la impresión de que él había matado a mi madre, y eso me aterraba, estaba segura de que también haría lo mismo conmigo en cualquier momento. Lo creo todavía. Desde que me quedé sola encargó mi cuidado a una esclava que me ha querido y protegido hasta donde le ha sido posible. 

Después de mi cumpleaños 16, y sin que yo sospechara nada, me hizo llevar a su habitación y me forzó, no recuerdo cuántas veces durante toda la noche. Yo estaba fría, aterrada y paralizada, pero lo obedecí en todo y me tragué las lágrimas. La noche siguiente también me hizo dormir en su cuarto y me tomó. Desde entonces pasé a ser su  mujer y él mi único hombre. Yo tenía entonces el deseo exaltado y me tocaba ya, con frecuencia, pensando en algún esclavo. El golpe que sentí a partir de lo que me pasó, me volvió callada y triste, pero él nunca se dio por enterado. Todas las noches me llevaba a su habitación y me tomaba con más o menos ímpetu.

Será tal vez porque nunca lo vi como a un padre, pero después de un tiempo que debió ser días, semanas o meses, empecé a disfrutar de aquello y me dejé llevar. Quizá fue una adaptación ante el riesgo. Si no cedía me maltrataba o me restringía, si accedía me premiaba y me consentía. Yo lo veía como un  hombre rudo y violento pero también sabía que a su lado había una seguridad y una protección que no tenían las esclavas ni las otras amantes que mantenía.

Después de varios años dejó de sentir interés por mí e incluso me presentó a un joven patricio con el que rápidamente me casé. Quizá sea una coincidencia pero mi marido se parece mucho al joven que fue mi padre, en genio y en figura.  A escondidas continúa el incesto, aunque ahora mi esposo lo sabe o lo intuye.

El día en el que Marco nos vio acababa de estar con él y ya me preparaba para irme a mi casa. Entonces recuperó fuerzas y fue hasta mí para tocarme. Bebió un poco de la leche de mis pechos hasta que apareció el esclavo. Yo me quedé de piedra pensando en que mi padre lo mataría a garrote limpio, pero más bien aquello lo excitó y me acarició con más ardor. Cuando Porcio salió, mi padre me llevó, a rastras, como me ha llevado por la vida, y me recostó sobre la cama. Eso nadie más lo sabe. Después de terminar me dio un beso largo y se fue contento. Yo también me vestí y me fui presta a mi casa, a ver a mis hijos y a mi esposo. Sería por los nervios o  por lo grandes que se han puesto mis senos a causa de la lactancia pero cuando mi marido me vio llegar también quiso acariciarme y tenerme, lo cual consentí.

Ahora se ha creado el rumor de que alimento a mi padre con mi leche porque le sirve para mantenerse joven, que me roba las fuerzas y la juventud. Me sorprende el giro que la voz popular le ha dado a este asunto. A partir del hecho, él ha estado más insistente en verme, en tenerme, y yo consiento. Poco a poco he llegado a ser así como él quería que fuera. ¿Está bien? ¿Está mal? Es difícil decirlo. Los hombres son difíciles de entender y de querer. A él nunca lo he entendido, pero a pesar de todo he llegado a quererlo. 

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