Ingreso básico

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Ingreso básico
Una mañana de junio de 2..., la señorita V entró a su laboratorio con una taza de café en la mano y un periódico en la otra. Había una foto del capitolio en primera plana y, en la esquina, un solecito se asomaba detrás de unas nubes. La señorita V no era propiamente una astrofísica, su tarea en el laboratorio consistía en vigilar los parámetros que se medían en algunas regiones estelares señaladas de antemano por el comité de científicos del observatorio. Ella desconocía los detalles pero tenía un ojo entrenado y muchos programas de computadora que la hacían saltar a veces ante las variaciones anormales en sus monitores. Dejó el periódico sobre la mesa y apuró un trago de café cuando un par de parámetros llamaron su atención. En unos comparativas entre datos correspondientes a mayo y las actuales de junio, en una estrella en particular, correspondientes a la región KOI-4878, algo parecía estar yendo muy aprisa. Hasta mayo, y desde hacía meses, la estrella tenía el comportamiento típico de un sistema binario: giraba a tirones alrededor de un punto ligeramente fuera de su centro de masa, señal de que había un planeta interno muy cerca. En las mediciones actuales, la estrella giraba libremente alrededor de su centro de masa, como si el planeta hubiera desaparecido. El otro asunto extraño con la estrella tenía que ver con su brillo; este había permanecido fijo, como era de esperar, y de pronto ahora se había reducido entre un 30 y un 35%. La señorita V no lo supo en aquel momento, pero había detectado la primera construcción, en cuestión de un mes terrestre, de un anillo de Dyson, tan común, como se ha visto, en las civilizaciones tipo II en la escala de Kardashov a las que no les basta la luz que obtienen de su estrella y ya han aumentado su ingreso básico.

Conviene tener un sitio a dónde ir
La nave parecía una cascarita de nuez perdida en medio del mar. Si sus tripulantes hubieran estado despiertos, habrían sentido miedo al contemplar la noche prolongada en la que se encontraban. A ambos lados de la nave brillaban las luces chorreadas, distantes de las galaxias más cercanas. Hacía varios años que los viajantes languidecían en sus cápsulas, los mismos que tenía la nave sin establecer comunicación. La nave había sido programada para enviar mensajes constantemente y despertar a la tripulación en el momento de recibir una respuesta, pero con la estrella más cercana a 50 años luz, los hombres bien podrían estar muertos y nada cambiaría. La computadora maestra era incapaz de ser pesimista y en el pasado, después de sopesar algunos parámetros, consideró que su mejor alternativa era dirigirse a una estrella joven próxima para orbitarla algunas veces e impulsarse en la dirección correcta. El plan era adecuado, si no fuera porque los humanos a bordo no estaría vivos cuando se realizara. Al menos se podrían recatar sus cuerpos. Los mensajes SOS eran enviados cada vez más espaciados en el tiempo para evitar una pérdida casi injustificada de energía. La computadora también se hubiera puesto a dormir si aquello le estuviera permitido, pero su autonomía le estaba reservada para momentos de catástrofe evidente con la única condición de poner siempre, y hasta el último momento, la vida y la seguridad de los humanos a bordo como una prioridad. Si esa estrella no estuviera "ahí", entonces sí que podría tomar por completo el control. La máquina desapareció los parámetros que indicaban la presencia de la estrella sólo para permitirse saber qué haría en tal caso. Después de unos segundos, de regreso a la realidad, sintió alivio al tener un sitio a donde ir.

El amor es eterno, viaja, se transforma, pero siempre vuelve
Quieres llegar a la próxima isla. Cualquier cosa menos permanecer aquí, es peligroso. Muchos ya han cruzado y te saludan, amables, desde la otra orilla; todo está bien allá, te invitan a seguirlos. Tú quieres hacerlo pero ¿cómo? Necesitas un barco. Muchos ya han partido pero hay algunos. Hace apenas un suspiro te ofrecieron subir a uno pero lo rechazaste. No se trata sólo de llegar. Algunos te dejan en lugares bastante más propicios para tomar el siguiente. Quieres pasar pero hacerlo bien. Buscas con atención. Desde luego hay buenos botes, siempre los hay, el problema es que tú no estás en condición de abordar uno, son muy caros o ya están reservados. Podrías intentar un viaje de polizón pero es muy riesgoso y no es lo que buscas. No, tú quieres viajar sobre cubierta, disfrutar el viaje. Encuentras uno que te interesa, parece muy bueno, con bastante combustible, buen diseño y especial para surcar esas aguas desconocidas a las que te vas a enfrentar. Intentas negociar pero obtienes una negativa; insistes, ofreces un buen pago por el transporte, prometes más, incluso cosas que no tienes. Piensas que estando en el trayecto ya no habrá ningún problema con que se descubra que eres un mentiroso. Pero no, parece que hay otras personas interesadas en abordar y en realidad estás metido, sin querer, en una subasta. Te retiras, aquello no va contigo. Piensas en tus amigos y familiares, todos ya del otro lado. Te apuran para que decidas. "Aborda ese, tan grande, tan desocupado, es un milagro que aún no esté navegando." No, tú crees que puedes acceder a algo mejor. Descansas, te das una pausa en la búsqueda. Algunos de tus compañeros ya están incluso dos islas más adelante. ¡Dos islas! Tratas de consolarte diciendo que han elegido mal, pero la desesperación te gana y eliges un barco, el más cercano, uno que, no sabes por qué, no habías visto. Es tan bueno. Confiado inicias el viaje, sin saberlo, en la peor de las opciones.

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