La conocí siendo la más acabada muestra de generosidad en la tierra. Era muy bella y ese solo atributo la hacía excepcional, en una mujer así no se busca inteligencia o bondad. Y sin embargo también las tenía, aunque la segunda era superlativa y constituía su más grande cualidad. Era sonriente y afable, sin malicia. Cuando concertamos nuestra primera cita me dijo, a pregunta expresa sobre cómo iría vestida, que iba a ir con lo mejor que tenía, sólo para mí; aquello me hizo sentir en la gloria, un elegido entre los mortales. La tuve entonces por primera vez y al instante comencé a perderla. Acto supremo de mi egoísmo Nietzschiano, apenas la conocía y ya le infligía un cuestionario detallado sobre su vida amorosa pasada y presente y trataba de atraparla y retenerla a mi lado para siempre. Sentía que se iría en cualquier momento y supe entonces, con cruel contundencia, que los celos no son sólo retórica barata en boca de malos poetas, sino un hecho patológico que consume cada instante de la existencia. Ella no le daba mucha importancia y siguió su vida como antes de conocerme. La sensiblería no era lo suyo y no dejó que lo absurdo obstruyera su libertad. Tal vez me quiso a su modo, como se quiere en los albores del siglo XXI donde el contrato civil, no institución como muchos dicen, del matrimonio está en franca decadencia. Ahora las cosas se parecen más a la libertad entre hombre y mujer que pregonaba Einstein en sus últimos días. Yo, que no alcancé a dar el salto entre dos milenios, tengo que hacer firmar tal contrato a una mujer para sentir que es mía.
Cimón A Pero la eduqué y la crié como lo hicieron conmigo, en la tradición romana influenciada positivamente por la cultura y tradiciones griegas, para vivir en un mundo interno rico y libre. Las ideas judías-cristianas han cambiado de fondo a la sociedad actual y la han hecho temerosa, sumisa y sin vida. Yo no quise que mi hija fuera parte de ella y creo que lo logré. Ese corrillo que circula de boca en boca en los baños y en las plazas es un escándalo completamente artificial. Me explico. Pero es una mujer hermosa, muy parecida a su madre, aunque debo decir que yo no soy un hombre feo. Mi hija es una mujer alta de ojos trigueños y cabellos como miel que le caen a la mitad de la cintura cuando deshace sus trenzas. Su piel es tierna y nerviosa como la de una gata bajo las caricias. Las redondeces de su cuerpo son dulces y las he disfrutado desde que ella era una adolescente. Y quizá lo mejor de ese cuerpo perfecto son sus pechos rotundos y suaves que hacen sentir tan cerca u...
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