Dumas, todo es posible

Alejandro Dumas, con su larga producción, se cansó de demostrar que cualquier cosa, por inversosímil y fantasiosa que parezca, puede ser literatura. Cuando este "prodigio de fecundidad" se ponía a escribir, ideas no le faltaban. A diferencia de la mayoría de los escritores, sobre todo los actuales, que muestran una alarmante carencia, el francés derrochaba imaginación en proporciones -nunca mejor dicho- bíblicas. Da la impresión, cuando uno lee sus novelas, de que no podía detenerse una vez echada a andar su maquinaria creativa. Tan impresionante resulta que hay quienes dicen, tal vez con una matizada "verdad", que se trata de una obra colectiva creada, sí por Dumas, pero también por un grupo de negros literarios, la mayoría de los cuales ha quedado en el anonimato (Auguste Maquet es el más conocido). En todo caso, la comunidad entera prodigaba imaginación.
El grandísimo escritor que era, logró lo que no pudieron sus contrapartes latinoamericanas del siglo XX, los escritores folletinescos como Vargas Vila o Vargas Dulché: credibilidad. Si antes de leer Los Tres Mosqueteros alguien pidiera un breve y conciso resumen, encontraría tal galimatías que de inmediato se eximiría de leer esa cantidad de contrasentidos. "La diferencia entre la ficción y la realidad es que la ficción tiene que ser verosímil" es una frase que a Dumas no se aplica. Tesoros medivales, princesas de belleza cervantina, pordioseros convertidos en príncipes, príncipes arrastrados a la miseria como en un cuento de hadas,... ¿Cómo le hace el buen Dumas para que sus lectores, desde la chusma francesa del siglo XIX hasta los acartonados premios Nobel del siglo XXI caigan rendidos ante su literatura? ¿Cómo es que vuelve sus vicios una virtud? A riesgo de no decir nada, diré que por el "estilo", o, más bien, por lo que hace el estilo; y lo que hace es matar al crítico que vive, hoy más que en sus dias, en el corazón de cada lector. No lo deja siquiera nacer. En el primer momento en el que el lector podría reparar en que lo que lee es exageradamente increible, ya ha sido hipnotizado por la lectura, y en lugar de reclamar quiere seguir leyendo. Nunca deja que el lector piense o, acaso, respire. Como los buenos boxeadores, una vez que empieza a golpear no deja de hacerlo; hasta el punto que uno le acepta todo, con tal de que siga contando, aun cuando las exageraciones van in crescendo: Un libro de 1500 páginas, si es de Dumas, se lee en cinco dias.
Desgraciadamente, ese mismo manantial de imágenes y situaciones retorcidas convierte la mayoría de las veces a la literatura de Dumas, como a la de Salgari, en literatura de aventuras: novelas que, en ocasiones, son SOLO de aventuras. Ese fue su gran error. Como dijo alguna vez Flaubert acerca de Balzac, "qué gran escritor hubiera sido si hubiera aprendido a escribir", si hubiera "contenido" mejor esa creatividad. Me vienen a la mente tres novelas que, por razones distintas, se echaron a perder después de un muy buen comienzo: Drácula, de Bram Stocker, El Callejón De Los Milagros, de Naguib Mahfuz y El Conde de Montecristo, de Alejandro Dumas; de las dos primeras hablaré en otra ocasión, y en el caso de esta última sería exagerado decir que se "echó a perder". Más bien el escritor francés nos regaló una primera parte (desde la llegada de El Faraón a Marsella hasta la fuga de Edmundo Dantes del castillo de If, algo así como 260 páginas) en la que se contiene y mantiene a raya el número de personajes y todo lo que sucede, sin salirse del estilo, es bastante "creíble". Esas páginas son de lo mejor de Dumas y, a mi juicio muy probablemente errado, de las mejores de toda la literatura universal. Como el Quijote, en otro arranque de novela maravilloso, el desamparado Edmundo se bate contra los molinos de la injusticia y de la maldad humana sólo para ser, como el caballero andante, derribado por el sistema que lo aplasta sin compasión y lo hace pasar quince años encerrado en un sótano sólo por estar en el barco y momento equivocado, que así de injusta puede ser la vida a veces. Lo que viene después es historia, y contiene el tema principal de la novela: una venganza contra todo y contra todos en la que el lector (y quién de nosostros no espera una revancha en la vida) que ya padeció en el calabozo, ahora disfruta siendo uno con el personaje.
A propósito, una de las sonrisas más sinceras que le he dado a la vida -que no me corresponde, y más bien, como dice Santiago Gamboa, me hace muecas como si algo le provocara risa nerviosa- la dibujé cuando no hace mucho oí en una plática a Benito Taibo decir que en sus largos años como promotor de la lectura, la cosa más extraordinaria que le había pasado era haber sido invitado, por la Secretaría de Gobernación, a las terroríficas Islas Marías a convencer a los criminales más violentos de México de que leer, después de todo y aun en sus condiciones, no era tan malo. ¡Vaya tarea!, si ya la gente decente no quiere leer, ¡qué se podía esperar de esos criminales! ¿Qué es lo que iba a hacer? ¿Hablar, tal vez, de la importancia de la lectura? ¿Decirles que se perdían de un gran placer? ¿Pasarlos a leer al frente como en la primaria? No, como el abuelito amansa mulas de Vallejo, Benito Taibo busco una silla, se sentó, cruzó las piernas y empezó a leer en voz alta. La primera tarde dos despistados lo escucharon, la siguiente fueron diez, la tercera se habían duplicado, y para la cuarta ya nadie cabía en el recinto. Los presos se arremolinaban en la entrada para escuchar la lectura. ¿Pero qué estaba leyendo Benito Taibo que tanto le interesó a los presos en las Islas Marias? ¡Desde luego!  ¡Estaba leyendo El Conde de Montecristo! El director tenía miedo de que los presos, inspirados por el conde, pensaran en escapar. "Nadie lo hizo, hasta donde se sabe -dice Benito- pero estoy seguro que en aquellos dias, y por aquellas horas, esos hombres fueron libres".
Carl Sagan escribió: "la alfabetización es el camino que lleva de la esclavitud a la libertad. Hay muchos tipos de esclavitud y muchos tipos de libertad. Pero leer sigue siendo el camino". Seamos todos más libres, leyendo a Dumas.

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