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Ward Pool: lecturas Interrumpidas

Recientemente publiqué en éste blog, una entrada titulada Lectores extraños: el incorregible vicio de leer en la que contaba la historia de tres personajes que llevaron las lecturas a niveles de obsesión: Mario Santiago Papasquiaro, Vargas Llosa y Borges. Pues bien, me faltaron por lo menos otros dos: Dostoyevski y Ward Pool. Dejando a Dostoyevski para otra ocasión, hablaré ahora del elusivo señor Pool. La información que de él tenemos llega de un artículo de Fernando Benítez en Revista de Revistas (Cuatro bibliómanos del s. XIX, México, 2 de septiembre de 1934). Éste estadounidense avecindado en México visitaba semanalmente la plaza del seminario conciliar de la catedral metropolitana. Ésta plaza, construída en 1850, era un mercado de libros; más o menos como lo es hoy el mercado de La Lagunilla. Y en ella se daban cita los lectores decimonónicos mexicanos. Entre risas y veras, éstos compradores y vendedores, hacían burla regular a Mr. Pool, porque era víctima de un vicio extraño: era comprador y (presumiblemente) lector de libros incompletos.
A pesar del control de calidad, las editoriales producen libros defectuosos. Muchos libros viejos están mutilados y, por lo mismo, son baratos. En el mercado de La Lagunilla un libro incompleto puede encontrarse por 10 pesos o menos. También se trata de libros que nadie quiere por razones obvias. Yo mismo he comprado libros incompletos y me he sentido frustrado. Recuerdo un ejemplar de El Amor y Otros Demonios que leí a medias: la impresión fue tan mala que a partir de la 20, y hasta la última, las páginas impares estaban en blanco. Quizá por eso no me haya parecido una buena novela. En cualquier caso, se me ocurrió (y buenas intenciones tenemos todos) que sería un buen ejercicio completar la redacción para luego compararla con el original de García Márquez que, sobra decirlo, no he leído y creo que nunca leeré. Pero como una forma de consuelo, recordé que el niño Vargas Llosa soñaba con ser escritor mientras escribía finales alternativos a sus lecturas tempranas. En otra ocasión, hace más de diez años, me tocó dejar, sin más, la lectura de Robespierre y Saint Just o el Terror sin la Virtud, de Dominique Jamet, un libro interesantísimo que juega con la idea de que El Incorruptible y Saint-Just eran algo más que amigos. Justo cuando los acontecimientos llegan a la octava noche de Termidor del año Segundo, una noche en la que sólo Robespierre durmió mientras sus enemigos lo condenaban a muerte, dejé la lectura por una razón inverosímil y desde entonces, y aún conociendo el ineludible desenlace, no he dejado de fantasear con lo que ocurrió aquella noche y los días siguientes. Varias posibilidades he barajado y cada una me causa más impaciencia que la otra. Finalmente, he decidido que aunque tenga en mis manos otra vez el libro, no he de terminarlo jamás. Julio Cortázar imita en Rayuela, la más famosa de sus novelas, en cierta medida, a un libro trunco. El lector puede leer el libro de manera lineal (de principio a fin) o hacer una selección de capítulos indicada por el autor. En el segundo caso, un buen número de páginas habrá dejado de existir y el lector sólo podrá imaginar lo que ocurre en ellas. Y qué tal suerte la del hipotético lector que nunca termine de leer la Iliada o la Odisea: probablemente para él, Héctor y los troyanos ganaron la guerra y Odiseo nunca llegó a Ítaca.
Ward Pool compraba exclusivamente esos libros, y ésto era motivo de mil especulaciones. Es probable que los lectores "bien" no dejaran de sentirse superiores al viejo gringo que, tal vez, estaría usando los libros como combustible para el fuego. Sin duda la curiosidad debió ser más grande que el temor que inspiraba aquél hombre grave, porque, no pudiendo resistirla, uno de ellos se le acercó en una ocasión con una pregunta: -Disculpe usted, Mr Pool, pero ¿por qué nunca compra libros nuevos o completos y sólo selecciona los truncos?
La respuesta de Ward merece volúmenes enteros de crítica literaria:

"El lector de una novela es, si usted quiere, el apasionado espectador de una serie de sucedidos, interesantes o no, pero su papel es solamente pasivo; su intervención en la obra de arte es casi nula. Si yo leo nada más el primero o último tomo de una obra novelesca, desconozco el desenlace o planteamiento que fingió el autor. La imaginación entonces, en vez de levantar tan disparatados castillos en el aire puede crear diez, cien, mil desenlaces, y otros tantos comienzos, quizás más interesantes que los tejidos por el autor de la novela. Además queda en el espíritu la inquietud de lo desconocido, esa inquietud creadora a la que debemos los mejores descubrimientos y las admirables ficciones. Usted no me negará que cuando aclaramos, lo que fue para nosotros un turbador misterio, siempre quedamos defraudados. Lo desconocido es, para los hombres, más bello que la más bella de las realidades".

El patio del seminario conciliar fue demolido en 1930 para dar paso a las excavaciones en lo que hoy es la zona arqueológica del templo mayor. Con ella se fueron también los libreros, y con los libreros se fueron historias como la de Ward Pool, el gringo solitario que vivió,y murió, entre libros truncos. Cuando, no muchos años después del suceso narrado por Benítez, fue encontrado muerto, la policía recogió cinco o seis mil volúmenes en su biblioteca: ninguno estaba completo.

Comentarios

  1. Siempre se aprende algo de tus publicaciones... muy bonito.

    "Lo desconocido es, para los hombres, más bello que la más bella de las realidades".

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