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Jaime Bayly. La Noche es Vírgen

Recibí esta novela como regalo junto a unas palabras admonitorias: "El protagonista te va a caer mal". Quien me la regaló fue un gran lector amigo mío, con quien generalmente coincido en gustos literarios, que me dijo además, enumerándolas, las características que hacían detestable al personaje principal: clasista, racista y discriminador. Dado que yo no soy ninguna de ésas cosas (al menos así lo creo) aquellas palabras pudieron alejarme de la novela; dicho sea de paso, y aunque no se trate de una ficción, ésa es la razón por la que dejé de leer Mi Lucha, de Adolf Hitler, hace mucho tiempo. Pero tampoco soy un gazmoño y para mí la discriminación, el racismo y el clasismo tienen lugar en cualquier ficción con tal de que no se atente contra la inteligencia del lector; así que esas no fueron razones para no leer La Noche es Vírgen. Pero mi amigo bien pudo haber ido un poco más lejos en su evaluación y haber dicho que se trata de una historia sencilla, pequeña y sin ninguna pretensión de trascendencia: una simple novelita de amor mal correspondido.
Constantemente escucho en un programa de radio muy famoso una frase que me hace sonreir un poco. Justo cuando se ha de hablar del narcotráfico y la violencia asociada, el periodista usa un tono un poco más grave para decir: "Ahora vamos al parte de guerra, a las noticias del México real". Lo que me causa gracia es que el concepto de realidad en éste, como en tantos otros casos, es totalmente subjetivo. Tan real es el país de los pobres violentos como el de los ricos pacíficos. Que una notica sea mala no la hace más real que una buena. Y tan real es el México de los millones que viven en pobreza extrema como el de los pocos que entran cada año en la lista de Forbes. Ésta digresión viene al caso porque Gabriel Barrios, el protagonista y narrador de La Noche es Vírgen, vive en Perú, en donde es el conductor de un famoso programa de televisión (la fama del programa en realidad viene de Gabriel) en el que alguna vez le llamó "loco" al presidente Alan García. Pero se trata de un Perú distinto al de las dictaduras militares y el desencanto político de los personajes de Vargas Llosa. Aunque Barrios vive en la zona, ya famosa en la literatura latinoamericana, de San Isidro-Miraflores, no coincide en nada con aquellos personajes sanisidrinos-miraflorinos, como Pichulita Cuéllar o La Niña Mala, a los que, inocente de mí, alguna vez creí habitantes de un barrio pobre o clasemediero de Lima.
Gabriel es un hombre joven y rico, admirado y famoso, drogadicto y homosexual. Y tan elitista que es capaz de viajar a Miami sólo para comprarse unos cómodos calzoncillos de Calvin Klein. Alrededor de él sólo hay personas despreciables, unas más que otras, habitantes todas de un Perú que se limita a la ciudad de Lima, y de una Lima que se limita a San Isidro y Miraflores. Incluso el propio Barrios es miserable en ese Perú minimalista: sólo tiene simpatía por la marihuana y la coca-cola fría, por la cocaína y el pacman, por su madre y su padre; y también por Mariano, un cantante de bar que bajo las luces de neón y los efectos de las drogas se parece mucho al Bono de los 80: cabello a los hombros, cuerpo magro, pantalones de cuero ajustados. Y sólo Mariano parece dar un poco de color a los perpetuos tonos grises de la vida en Lima:

mientras un vientecillo fresco me acariciaba la cara, pensé que no era imposible ser gay y ser feliz y vivir en lima (sólo se necesitaba un poquito de marihuana).
Puesto que todos hemos pensado algunas pocas veces que la felicidad está cerca y que sólo hace falta ese poquito de marihuana, Gabriel Barrios no es, después de todo, tan ajeno al lector, aunque sea un rico despreciable.
Un rico despreciable con un humor un poco ácido:

listo, ya estoy en el haití.
no podrían haberle puesto nombre más adecuado a ése café de miraflores. porque como todo el mundo sabe, haití es una broma de país. y no me digan que exagero: ¿quién carajo quiere irse a vivir a haití? nadie, pues. todos los sufridos negros quieren zafar de allí como sea, en llanta, en boya, encima de un cocodrilo, como chucha sea. pobres mis negros que se mueren ahogados por decenas y son carne rica-riquísima para tanto tiburón desalmado que merodea por esas aguas cálidas.
y así como haití el país es digamos un lugar poco agraciado, haití el café miraflorino hace honor a su nombre y es también un lugar bastante infame.
Hay sin embargo otra coincidencia, más grande y más importante, entre Gabriel Barrios y el lector. A lo largo de la novela, Mariano parece algunas veces un objetivo cercano, claro y complaciente; otras, sólo es un reflejo de lo que Gabriel quiere. Y ese proceso alternado de simpatía y desencanto no deja de ser doloroso. Y ésto es, a fin de cuentas, lo que hermana al peruano rico con el pobre y a todos los seres humanos. Gabriel, arropado por la fama, la juventud y el dinero, sufre.

no llores, gabriel. las lágrimas, cuando estás armado, saben feo. son amargas. chupo mis lágrimas amargas mientras el taxi avanza lenta y ruidosamente camino al malecón.
La felicidad se vive de manera distinta e individual, y cualquiera sabe que las personas felices bien pueden profesarse un odio mutuo. El dolor en cambio es universal. Jaime Bayly escribió una novelita con un personaje fastidioso como protagonista, pero tuvo el tino de volverlo muy empático apelando a una verdad absoluta: el sufrimiento nos hace iguales.

Comentarios

  1. Cada vez que leo una entrada de este tipo en tu blog, me entran unas ganas irresistibles de leer los libros que comentas.

    Me encantó

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  2. Muy bonita entrada :)

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