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HHhH, dicen en la SS: Himmlers Hirn heisst Heydrich, el cerebro de Himmler se llama Heydrich
Se llamaba Reinhardt Heydrich y era el arquetipo racial nazi: blanco de ojos azules, alto, disciplinado y sin una pizca de piedad. Tocaba el violín, su padre fue el cantante de ópera y compositor Bruno Heydrich. Era un experto en el esgrima, y prefería el sable al florete por ser un arma mucho más agresiva. Cuando estaba en las reuniones de jerarcas nazis, le sacaba una cabeza a los presentes; el suyo era el contraste con esos cuerpos tristes en los que estaban atrapados Bormann, Göring, Himmler y también Hitler. Le apodaban La Bestia Rubia.
Fue el armador de la conferencia de Wannssee, en la cual se puso a andar la "solución final" en el caso judío o, dicho sea sin rodeos, el asesinato de 11 millones de personas* en los territorios ocupados; personas no necesariamente judías, porque la palabra "judío" era más o menos un comodín que incluía a eslavos, comunistas, homosexuales, enfermos, gitanos y en general cualquier indeseable para los nazis. Sin duda America Latina; China, Japón (Hitler veía la alianza con Japón como una necesidad pasajera), África, etc., calificaban como territorio judío, aunque los judíos en esos lugares se contaban con los dedos de una mano.
Antes de Wannsee el exterminio ya había empezado, pero el método era tan rústico como el que utilizan ahora los narcotraficantes mexicanos, se apilaba a decenas de personas en el fondo de una hondonada y eran ultimadas por paramilitares alemanes de la SS, paramilitares que, humanos al fin, terminaban con los nervios destrozados y aborreciendo esa labor que los condenaba a mancharse, literalmente, de sangre. Cuentan que el propio Himmler acudió alguna vez a presenciar una de esas matanzas y la sangre de dos mujeres le salpicó; el eugenesista mayor cayó desmayado de la impresión. Se probó otro método, echar a andar camiones cerrados repletos de personas y con el escape conectado al interior. Llegando a destino todos estaban muertos; con los detalles de que todos habían defecado y tenían un ligero color rosa (las consecuencias de morir gaseado). También se le apostó al maltrato durante el proceso para provocar muertes por causa "natural". Algunos morían, pero no todos. Aquello era el trabajo de nunca acabar y había que dar un giro a la cuestión, Heydrich se encargó se hacerlo. El plan para industrializar el exterminio se llamó Operación Reindhard (un homenaje a su genio creador) e incluyó la creación de Treblinka, Sobibor, Majdanek, Belzec, Chelmno y Auschwitz-Birkenau.
En 1942, sólo unos seis meses después de haber llegado Praga para "poner en orden" el protectorado de Bohemia-Moravia, Hitler pensaba transferirlo a Paris para meter en cintura a los colaboracionistas franceses. Francia, y en general el oeste de Europa, vivieron una ocupación light si la comparamos con las atrocidades que se cometieron en el este. Paris era una fiesta y lo siguió siendo en la Francia de Vichy. Con la llegada de Heydrich, los franceses iban a tener una probadita de la realidad eslava. Pero no pudo ser, porque justo el día que la bestia rubia salía para Berlín, a afinar detalles de su traslado con Hitler, un par de paracaidistas (uno checo y el otro eslovaco) atentaron contra él en el camino de su casa al aeropuerto. A pesar de que las lesiones por sí mismas no pusieron en peligro su vida, una infección le causó la muerte seis días después (dato macabro: posteriormente, y con un espíritu "científico", el médico alemán que falló al salvarle la vida, dicho sea de paso porque Alemania no tenía penicilina, provocó e infectó las mismas heridas que llevaron a la muerte a su distinguido paciente en 74 jóvenes, sólo para ver en qué había fallado).
HHhH es un libro acerca de La Bestia Rubia, de la resistencia checoslovaca y de todo lo que tuvo que pasar para que el hombre y sus asesinos estuvieran, por unos instantes, frente a frente en un recodo del camino.
Pero tal vez sea injusto decir que se trata sólo de un libro, en realidad son dos. El primero abarca la historia de Reindhart Heydrich hasta su muerte, con un recuento de las relaciones entre Alemania y Checoslovaquia, desde la Edad Media hasta la crisis de Los Sudetes. El segundo es la narración de cómo los asesinos, traicionados por uno de los suyos, resisten en una iglesia en Praga por más de ocho horas a 800 elementos de la SS antes de cometer suicidio.
Laurent Binet, el autor, es más inteligente que talentoso. No se trata de un maestro de la narración y la novela carece de coherencia. Pero prueba de su inteligencia es que ha escrito una novela que más bien parece un ensayo, una gota de originalidad que se agradece bastante. Una novela histórica en la cual casi no hay nada de ficción, y cuando la hay, el escritor aparece de inmediato para ofrecer una disculpa por atreverse a llenar los huecos de su investigación con invenciones. Una novela de la cual puedo repetir esta frase de Vargas Llosa: "La recordaré con nitidez lo que me queda de vida".

* Esta cifra viene dada en HHhH.

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