No hay alguien llamado Julio Cortázar, no me consta. Abro mi diccionario y leo: "De padres argentinos, nació en Bruselas..." Me consta que hay una ciudad llamada Bruselas porque he estado ahí, pero nunca he estrechado la mano del señor Cortázar. Hojeo una revista literaria y veo, de pie frente a un muelle, a un hombre alto de cabello negrísimo y barba cerrada mirando el agua con una mirada que la traspasa. "Un adulto con un espíritu juguetón y curioso, un cronopio que legó al mundo cuentos, novelas, ensayos..." Acepto que el hombre de la fotografía existe y que alguna vez posó para un fotógrafo, pero de ahí a los diccionarios y a los premios literarios hay un gran trecho. Abro una página de videos en internet y escucho un audio: "Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda a un reloj"; el actor es un hombre de voz agradable y acento indistinguible que arrastra las erres como esos franceses que aprendieron el español y lo hablan más con la garganta que con la boca. El audio es estupendo. También reviso unas fotografías del escritor Gabriel García Márquez; lo veo con su esposa, con sus amigos, dando un discurso ante muchas personas. Me detengo ante una en donde aparece tirado en una cama junto a un hombre de piernas largas y una máscara: "Gabriel García Márquez junto a Julio Cortázar disfrazado de hombre lobo", reza el pie de figura. Qué bien, parece que alternadamente muchos hombres se las arreglan para hacerse pasar por Julio Cortàzar en distintos lugares y en distintas épocas, y otros muchos les siguen el juego. Voy por la calle y le pregunto a un peatón que si conoce a un tal Julio Cortázar. El hombre me ve con asombro y pasa de lado sin contestarme, apresura el paso y cruza la calle, es un hombre alto. A pocos pasos encuentro a una muchacha, amable le sonrío, disculpe, señorita - la abordo- ¿De casualidad conoce usted a Julio Cortázar? -Sí -responde- claro, allí va, es aquel hombre alto.
Ingreso básico Una mañana de junio de 2..., la señorita V entró a su laboratorio con una taza de café en la mano y un periódico en la otra. Había una foto del capitolio en primera plana y, en la esquina, un solecito se asomaba detrás de unas nubes. La señorita V no era propiamente una astrofísica, su tarea en el laboratorio consistía en vigilar los parámetros que se medían en algunas regiones estelares señaladas de antemano por el comité de científicos del observatorio. Ella desconocía los detalles pero tenía un ojo entrenado y muchos programas de computadora que la hacían saltar a veces ante las variaciones anormales en sus monitores. Dejó el periódico sobre la mesa y apuró un trago de café cuando un par de parámetros llamaron su atención. En unos comparativas entre datos correspondientes a mayo y las actuales de junio, en una estrella en particular, correspondientes a la región KOI-4878, algo parecía estar yendo muy aprisa. Hasta mayo, y desde hacía meses, la estrella tenía el ...

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