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La fábula (1883)

¡Que zorra tan grande! -exclamó el zorro relamiéndose los labios con cara embobada- tan grande y hermosa.
-Eso no es una zorra -la garza dejó de lado a la ranita que estaba por tragar- es una leona. ¿Cómo puedes confundirlas? Las zorras son como tú, viven en huecos debajo de la tierra y son cazadas para usar sus pieles; las leonas, en cambio, son unas temibles cazadoras, agresivas y despiadadas, será mejor que no te acerques a ella o saldrás lastimado.
-¡Pero qué tonta!, ¿no sabes, acaso que los zorros podemos crecer tanto como deseemos? La mayoría permanece de este tamaño -y el zorro hizo un ademán exagerado para mostrar su cuerpo a la garza como si se tratara de un gran regalo- porque nos gusta ser así, pequeños, habilidosos, escurridizos; pero me han contado de parientes que llegan a ser tan grandes como ella.
La garza estiró su cuello tan largo como era y terminó de engullir a la ranita, miró de soslayo al zorro que continuaba embobado con la leona y le dijo,
-Si es cierto lo que dices, entonces, tal vez, los ratones no son más que zorros que han decidido encogerse hasta alcanzar ese aspecto.
-¡No!, eso no -el zorro se sintió ofendido por la comparación- los ratones son sucios, pequeños, apestosos, nunca podrían ser como los zorros, de pelaje tan fino, colmillos tan blancos...
-Sí, sí -lo interrumpió la garza- admito que los ratones no son zorros pero tú debes admitir que ustedes no son leones ni lo serán nunca.
-Claro que podemos -dijo el zorro enfadado e hinchando el lomo- lo que nunca llegaremos a ser es una garza de patas flacas y pico largo que se alimenta de bichos insignificantes como las ranas, y ya no quiero seguir perdiendo mi tiempo contigo, voy a donde debo estar, al lado de esa magnífica zorra que dormita allí.
Y dicho esto se acercó a la leona que, sintiendo invadido su espacio, con un zarpazo instintivo hizo rodar al pequeño zorro a los pies de la garza.
-Tienes razón -aceptó el zorro malherido- tienes razón; ella no es una zorra.

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