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Soy Eusebio y me presento como un neurótico más

Como parte de un proyecto escolar, mi amigo Carlos y yo fuimos de visitantes a un grupo de Neuróticos Anónimos en el DF. Todos los detalles a continuación son reales, algunos nombres han sido cambiados. Como deferencia a los (posibles) lectores, he dividido el relato en etapas. Esta es la primera:

La sesión inició a las cinco en punto, justo cuando Carlos y yo bajábamos en la estación del metro Portales y, confundidos, buscábamos el lugar en calzada de Tlalpan dirección sur. Un hombre viejo nos señaló un edificio del lado oriente de la colonia Portales: ahí hay uno, tal vez sea el que buscan. Siguiendo el paso veloz, nervioso (neurótico) de Carlos, subí por un puente peatonal y giré hacia la izquierda, hasta llegar a un edificio, a unos cuantos pasos de la estación. En el primer piso se podía leer un letrero verde: Neuróticos Anónimos, Aprendiendo a Vivir.
Cuando uno no quiere ir a un lugar, y yo en el fondo no quería ir al grupo, del cielo le llueven los pretextos. Y uno que parecía insalvable era que el edificio estaba cerrado; en el interfón no había ningún letrero que indicara cuál era el de NA y después de unos segundos de ver alrededor, como esperando que alguien nos leyera el pensamiento y nos invitara a pasar, empezamos a vernos uno al otro. Estaba a punto de decir: creo que mejor buscamos otro grupo, de los que hay en la Cuauhtémoc, si es posible mejor mañana. Y largarme de ahí. Tenía ganas de jugar ajedrez en el Free Internet Chess Server o leer algo. Pero justo en ese momento apareció una pareja joven con unas bolsas del mandado. Neuróticos Anónimos está subiendo las escaleras, a mano derecha, nos dijo la chica, toquen la puerta. A medida que veía el interior me sentí aliviado al pensar que ahí vivía gente "normal" y no algún loco de atar que pudiera atacarnos en cualquier momento. La claridad de la tarde pegaba hasta el fondo del patio y no se veía ni un alma.
Nos recibió una mujer morena de unos cuarenta años y cabello negrísimo. Veinte años atrás debió ser bonita, pero ahora estaba entrada en carnes y con una actitud pasiva que resultaba fastidiosa. Nos condujo por un pasillo hasta una habitación cuyas ventantas daban a Tlalpan. Soy Gaby, ¿en qué puedo ayudarlos?. Desconfiada como era, Gaby debió imaginar muchas cosas al vernos ahí. Carlos y yo parecemos hermanos: mismo color de piel, misma estatura, misma complexión y mismo corte de cabello a rape. Los dos usamos lentes de pasta y, generalmente, jeans y playera tipo polo. Hay algo de coincidencias también en el carácter. Gaby pudo haber pensado cualquier cosa, menos que íbamos de buena fe.
Era la encargada de recibir a los nuevos. Preguntó las de rigor: qué queríamos ahí, cómo habíamos llegado y cuáles eran nuestros nombres. Yo no había pensado en qué nombre ponerme, pero definitivamente no iba a dar el que aparece en mi credencial de elector, así que a bote pronto y tan natural como puedo ser, dije que me llamaba Eusebio, quizá en recuerdo de ese profesor de la preparatoria que hacía malabares con escuadras y compás para demostrar las proposiciones básicas de geometría Euclidiana y que, váyase a saber por qué procesos de la memoria, se me apareció en ese momento. No me gusta mentir, no sé hacerlo, y es seguro que la mujer pudo darse cuenta de que yo no me llamaba Eusebio, pero eso obró en mi favor; tal vez pensó que mis pecados eran realmente graves y que no quería que luego me anduviéran googleando para saber más de mi, pero fue la primera vez que la vi con un poco de confianza en nosotros. Carlos me siguió y se hizo llamar Juan.
Después apareció una anciana, tal vez de 75, tal vez de más, que dijo llamarse Esperanza. Esperancita nos insistió en lo que hace y lo que no hace NA: no pide cuotas (mentira, sí pide), no está ligado a ninguna religión (pero le reza a "el poder superior", que para cada quien puede ser lo que sea, Jehová, Alá, Buda, "o esta silla en la que estás ahora") y no "sicoanaliza" a nadie. Lo que sí hace: brindar apoyo los 365 días del año a quien lo necesite, porque "esto no descansa". Gaby entonces nos invitó a pasar a la sesión que se estaba llevando a cabo en ese momento. Eso era lo que queríamos, así que fuimos los cuatro hacia la sala. Le pasó un papelito a un viejo de barbas largas y anteojos que presidía la reunión desde una mesa en la esquina. Algo decía ese trozo de papel acerca de nosotros, tal vez que éramos unos infiltrados y había que actuar con discreción. Nos sentamos juntos en la segunda fila, detrás de un par de sillas vacías, justo frente a un atril con el letrero: Aprendiendo a vivir. 
Hablaba una mujer como de 50 años, morena de cabello ondulado hasta los hombros. Nada más acomodarnos a mí me empezó a interesar lo que la señora decía: su vida era una mierda debido a la presencia de un mecánico que vivía en el mismo multifamiliar que ella, el hombre trabajaba todo el día en el estacionamiento ocupando dos lugares para poner sus coches. Un buen vecino le cedía su espacio a Toño (así se llamaba el mecánico) para que pudiera trabajar en vez de andar de borrachote. ¿Qué le molestaba a la señora de su vecino? No me quedó claro, pero a los cinco minutos yo empecé a sentir ternura y simpatía por el buen Toño que durante 30 años había tenido que soportar a esa vieja histérica que cada que lo veía con medio cuerpo debajo de un motor, quería pasarle el coche encima para molerle las piernas. La señora simplemente no soportaba ver las marcas de aceite en el piso, o algo así de vano. Yo pensaba en todo lo que le diría a la señora una vez iniciada la sesión de preguntas y respuestas, de interacción de nosotros con ella. 
Pronto el viejo barbón puso sobre la mesa un letreto que decía: "15 minutos", de tal forma que lo viera la señora en el atril. De inmediato ella agradeció el uso de la palabra y se bajó. El hombre de barbas se limitó a decir: "Gracias, Gloria, por compartirnos tus problemas, esperamos que te vayas bien hoy" y procedió a leer una parte del libro de los Doce pasos, el mismo que usan en AA. ¿Pero es que de verdad no le iban a decir nada? Yo no podía creer que no hubiera retroalimentación. Estudio en una escuela de ciencias, y estoy acostumbrado a que a los cinco minutos de haber empezado un seminario, alguien ya te está diciendo que no entiende nada de lo que expones, y que no está de acuerdo contigo. Yo quería participar pero parecía que era solo yo. En realidad después me di cuenta de que a nadie le importa lo que los demás dicen, o sienten, sólo les importa el atril, la tarima desde la cual pueden decir todo lo que piensan sin temor a ser juzgados. Esa es la esencia de NA, por eso nadie le dijo nada a Gloria. Ellos no están ahí por consejos, ni por soluciones para sus problemas, ellos van por esa tarima desde la cual pueden hablar. Como buen bloguero al que no le importa que lo lean, sino escribir, a ellos no les importan los demás. En realidad esas historias ellos las oyen siempre. Gloria llevaba dos años llegando al grupo, algunos llevaban ocho. Era claro que escuchaban la misma historia una y otra vez y cada vez les importaba menos. En Neuróticos Anónimos nadie te pela, a todos les vales madres.
Segunda etapa: Una sesión de catársis en Neuróticos Anónimos.

Comentarios

  1. Hola, unos pequeños errores de dedo: "didvidido", "inicó" y "Desonfiada"
    Saludos.

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