Todos somos neuróticos

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Como parte de un proyecto escolar, mi amigo Carlos y yo fuimos de visitantes a un grupo de Neuróticos Anónimos en el DF. Todos los detalles a continuación son reales, algunos nombres han sido cambiados. Como deferencia a los (posibles) lectores, he dividido el relato en etapas.  Esta es la tercera:

Caminando hacia su lugar, Flavio arrastraba la pierna como arrastraba la vida.
-Me super urge apadrinarme -dijo en la tarima.
Poco después lo vi desaparecer con otro miembro del grupo en uno de los cuartos del fondo. Alcohólicos Anónimos, el papá de Neuróticos Anónimos, surgió con un apadrinamiento mutuo entre sus fundadores. Echarse la responsabilidad por el bienestar de otro es una forma de sentirse útil y aporta una buena razón para salir adelante. Otra vez, ya sin sorpresa, escuché al encargado de dirigir la sesión decir:
-Gracias por tu testimonio, Flavio. Esperamos que te vayas bien hoy a tu casa.
Aquello parecía una burla, pero dejar en paz a los otros es una buena forma de evitarse problemas. Ya bastante carga cada quien con los propios. Además nadie quiere escuchar consejos, todos queremos más bien que nos escuchen, y eso es algo que casi nadie hace. Para eso está la tarima de NA.
Por segunda vez Gaby nos ofreció café. Coincidí con Carlos cuando me dijo, al salir, que ella estaba obsesionada con repetir las cosas, a él le ofreció café tres veces, tres veces dijo que su gripa era causada por su neurosis (y no por un virus) y otras tantas mencionó a su hijo; ese era su problema, había perdido a un hijo hacía varios años, y aún no lo superaba. Tal vez no lo supere nunca. Desde el principio su acento me pareció familiar. Nos confirmó que era tabasqueña y había vivido en Veracruz durante algún tiempo.
Tocó el turno a Fernando, un muchacho que parecía bastante joven a sus 27 años. A diferencia de los demás, él tenía problemas para hablar. Las palabras le salían con mucho esfuerzo y se sentía muy incómodo al atraer para sí la atención del público. Pero llevaba muchas cosas para dejar y a eso iba. A dejar todo en aquella tarima para poder regresar a su casa tranquilo, al menos por ese día.
No me quedó claro cual era su problema. Salvo la inquietud que transmitía, parecía bastante "normal". Ese día había estado a punto de aceptar una invitación para ir a una fiesta con jóvenes de su edad. Afortunadamente no había ido y pasó la tarde en el grupo. Era un tipo mal tomado y en las reuniones abundaba el alcohol. El fin de semana anterior había planeado una escalada con sus amigos y se arruinó por una nimiedad. En la noche anterior, mientras su madre calentaba el motor del carro, él se colgó del cristal de la puerta y empezó a tirarlo con fuerza. Para hacerlo entrar en razón, su padre le alzó la voz. Esa noche no la pasó bien y al final no fue a escalar.
Tenía aspiraciones extrañas. Quería ser un aventurero, "así como ese que sale en la tele" (se refería a Bear Grylls), pero veía muy lejos su sueño. Después de todo, Bear había estudiado mucho para llegar a donde estaba. Le deprimía no poder ser como el héroe de A prueba de todo. Aquellos días estaba también preocupado por su prima. Ella trabajaba en el ejército y el 16 de septiembre, durante el desfile militar, había estado haciendo el saludo marcial (pies firmes, mano en la sien) durante varias horas; eso le había causado un problema muscular. También era acosada por uno de sus superiores. Fernando estaba preocupado.
Terminada la sesión, abrumados por haber estado cerca de tres horas, Carlos y yo salimos pronto del lugar. Caminando hacia la estación de metro, pensé que aquello de ser un miembro de un grupo anónimo (alcohólico, comedor, neurótico, adicto al sexo, a un hombre...) con el tiempo te convertía en adicto a un club social. Y bien visto, todos tenemos problemas sin solución, todos queremos que nos escuchen y siempre habrá un extravagante que acuda a los grupos por las razones más diversas. En Juchitán el escritor argentino Martín Caparrós encontró a un hombre que durante meses había acudido a un grupo de Neuróticos Anónimos porque se decía "embrujado" por un muxe. El tiempo pasaba y las juntas no surtían efecto.
-¿Cree usted que se cure algún día? -preguntó Caparrós, como todo ser ajeno a un grupo de autoayuda que no concibe estar ligado de por vida a uno de ellos.
-No, respondió el hombre -no creo que me cure nunca. Es que tienen algo, mi amigo, tienen algo.

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